En vísperas electorales, los partidos confirman lo mucho que se parecen entre sí, aunque alguna excepción haya. Enmendando para la ocasión, aquello que Ortega decía ("yo soy yo y mi circunstancia"), cabría asegurar que los partidos cada vez son más circunstancia que sustancia mientras que el "yo" o el "nosotros" definidor de la voluntad que les animó en otros tiempos, se va difuminando y pasará pronto si no pasó ya, a mejor vida. Antes, la ideología sirvió para saber adónde íbamos o adónde nos llevaban; ahora, la ideología sólo es el poder y a falta de ella, viajamos sin hoja de ruta.

Eso, ¿será mejor o será peor? En el pasado, los partidos de uno u otros signos eran de ideologías poco permeables al pensamiento ajeno y no nos dejaron mucho bueno. Siendo tan evanescente y cambiante el actuar político, "hoy contigo y mañana contra ti" (cuando no simultáneamente a favor y en contra, como acreditan dos partidos de aquí), parece más sincera la relatividad y hasta la banalidad actuales, que aquel pretérito sistema de emplear las ideas como venablos para atinar con ellos, en las cabezas de los que no pensaran "igual que pienso yo". Son circunstancias que en ocasiones tristemente históricas, nos polarizaron en dos extremos hostiles y en los que prevalecían sobre las ideas razonables, las sinrazones colectivas.

No me atrevo a suponer que sea necesariamente mala, esa tendencia de los partidos a parecerse tanto, sobre todo, si tienen conciencia de ello y no les da ¡Dios no lo quiera!, por imaginarse distintos al estilo de esa Esquerra que intenta pactar con asesinos para que a ellos no les maten. El resto, sin caer en tales excesos, no podrían decir con una mínima legitimación que no padezcan la inestabilidad que conlleva la insignificante incidencia que tiene la ideología que dicen profesar aunque la profesen encima, sin dar a lo que creen efectos irrevocables. Ocurre lo que en aquella película sobre las elecciones norteamericanas en la que cierto agente le pregunta al director de campaña en qué se diferenciaba el partido republicano del demócrata y el director le responde sin vacilar: "pues en que ellos están en el poder y nosotros en la oposición".

Para bien o para mal, esa suele ser la diferencia más notable y lo demás, acomodación al gusto del electorado. Nadie deja de recibir de los partidos en lucha, respuestas contentadizas a título de promesas, claro; se supone o interesa suponer, que los pedidores tienen razón siempre que se sepa o se intuya que tienen votos y aunque lo que pidan se dé de patadas con el pensar del partido. Para ganar votos vale casi todo, hasta la desvergüenza de designar candidato por Murcia a la responsable de perpetrar el trasvase. Intentan avalar su campaña empeñando la promesa de sustraer a esta tierra los recursos que esperan "como agua de Mayo", sitios aragoneses como Monegros y la margen derecha del Ebro.

Los principales partidos en liza, liman sus aristas y encubren sus orígenes; ya no puede sostenerse seriamente, que alguno de ellos sea un puro partido de clase porque todos (electores y elegibles) aspiran a mejorar su pertenencia de origen y a desclasarse si no lo están ya, tanto cómo puedan o al menos, a que lo consigan sus hijos. Los partidos tienden hoy al simple aburguesamiento que llaman calidad de vida pero el elector y el que no quiere serlo, conoce que lo principal de su futuro depende de su esfuerzo, no del de los candidatos.

Todo parece decirnos que la política electoral (subrayo electoral) se hace lisa y llanamente, como marketing comercial. Los partidos omiten decir la verdad que saben y optan por contar lo que la gente quiera oír aunque sea para tachar luego de mentirosos a los mismos que eligieron o permitieron que eligieran.

Y los partidos que operan en un ámbito menor que el global del Estado, caminan por terrenos igual de movedizos. Quieren o querrían ser opciones regionales, pero les desmienten sus hechos. Por ejemplo, ¿cómo puede un partido, ser a la vez, marxista y nacionalista? Pues de difícil manera; ni aquí ni en otras Comunidades ¡ni en Rusia!. Sería como soplar y sorber al mismo tiempo, pero captar votos siempre "es bueno para el convento".

Así, excusándose de escrúpulos doctrinales el común de los partidos acude a la cita electoral con la única preocupación de alcanzar una alícuota de poder aunque se desvanezca lo demás. Puestos en eso, ¿serán tan importantes los partidos o deberá irse pensando en otro género de representación democrática? Los partidos cabe que duren muchos años más pero cada vez irán significando menos si prescinden de una ideología que no sea la simple de sobrevivir.