España está en funciones desde diciembre del 2016. La llegada al Congreso de los llamados partidos de la nueva política no le ha sentado nada bien a la democracia española. Ni han dado estabilidad, ni han hecho de bisagra. Tampoco han sido capaces de liderar ninguno de los bloques en los que se ha instalado el debate político. De manera que los votantes de Ciudadanos y de Podemos tienen la tentación de considerar que los instrumentos no son útiles para los fines para los que surgieron. Los de Pablo Iglesias saborean ahora el mal gusto que dispensaron en el pasado a Pedro Sánchez. Y los de Rivera y Arrimadas pretenden la ficción de ser jefes de la oposición mientras gobiernan de la mano de Vox. ¿Por qué tienen tan poca cabeza?

Podemos y Ciudadanos surgieron por muchas razones. Por la crisis financiera del 2008 y por la crisis catalana del 2012. Por la acumulación de casos de corrupción y por la irrupción de las redes sociales que han reducido la barrera de entrada al mercado político. Y, también, por el exceso de confianza de los llamados «partidos de Gobierno» que en demasiadas ocasiones han caído en la lógica del turno. Ello se traducía en una relajación en las formas y en una falta de oposición en asuntos fundamentales a la espera de repetir las mismas prácticas desde el Gobierno. El reparto de los vocales del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) o del consejo de administración de RTVE eran los ejemplos más palmarios de esa concepción del poder como un turno que bajo la lógica de los «partidos de Gobierno» escondían al escrutinio de los ciudadanos amplías zona de la política institucional. Da la impresión que prefieren rehuir las responsabilidades y alejarse tanto como puedan del poder real. Hemos cambiado los «partidos de Gobierno» por los «partidos de encuestas» que prefieren vivir antes de las expectativas que de los compromisos. Buscan estar quietos para no mancharse y, en el caso de Cs, acusan de fascistas a los que les pasan cuentas. De encuesta en encuesta hasta la derrota final. H *Periodista