Los partidos políticos son a la democracia como el oxigeno a la vida de los animales y plantas: sin ellos la vida y la libertad desaparecen. Las experiencias vividas demuestran que la democracia es sustituida por dictaduras, sistemas autoritarios o «democracias orgánicas» de triste recuerdo. Sin embargo las encuestas reiteran su rechazo brutal en la opinión pública. ¿Razones? Cada cual las suyas, pero su alejamiento de la realidad social y conversión en parte del Estado, les confieren una imagen distante, indiferente a la representación que los ciudadanos les hemos dado.

Por otro lado, su constante crítica exorciza nuestra propia culpa y frustración; les hacemos responsables muchas veces de nuestro escaso compromiso con nuestros derechos. Queremos que nuestros representantes sean como nosotros y luego exigimos cualidades excepcionales.

Es difícil razonar sobre este mundo cuando cada minuto miles de mensajes ridiculizan, critican o vampirizan actitudes o propuestas políticas en las redes, sin más argumentos que la ocurrencia de turno o el ingenio. Pero algo habrá que pensar, porque peor que la mala política , es la mentalidad antipolítica. Me repatea escuchar… «soy apolítico» o «todos son iguales» o «yo les pondría a picar a todos». Simplezas de quienes más la precisan para hacerse valer ante poderes, que no la necesitan para proteger sus intereses.

Hay señales claras de que el modelo tradicional de partidos y de político está en crisis. Y no lo digo solamente por el éxito de Macron en las presidenciales francesas o el fenómeno Corbyn volviendo a la secretaria general en la alfombra mágica de «Momentum», una organización de simpatizantes, fuera del partido, con más de 200.000 inscritos, defendiendo tesis rupturistas con el laborismo de la tercera vía. Sino por el espectacular resultado de Inés Arrimadas el 21-D en las elecciones de Cataluña. En siete años Ciudadanos ha pasado de tres diputados en el Parlament a 36, y lo más llamativo, sin tener un alcalde y con menos del 3% de concejales de todo Cataluña. ¿No era esencial el poder municipal para ganar elecciones? Lo mismo puede decirse de Carles Puigdemont. En quince días, ha pasado de pésimas previsiones a ser la segunda fuerza más votada, escondiendo las siglas de su partido y componentes fieles, de los 34 elegidos solo 15 son del PdCat. ¿Estamos ante una fuerza política alternativa a la extinta Convergencia?

El común denominador de estos ejemplos es la credibilidad del relato, la claridad y contundencia de sus posiciones y el recurso a la épica de los sentimientos y el populismo.

Quien pierde en esta coyuntura es la política, los ciudadanos, que ven como líderes capaces de arrastrar millones de votos, desconocen datos tan esenciales como el porcentaje de parados en la comunidad donde se presentan.

Aquel principio de «la organización es el arma de los débiles contra el poder de los fuertes», que decía Michels a principios del pasado siglo, ha saltado por los aires. Hoy, la política está marcada por poderes distintos a los partidarios, los económico-financieros y los mediáticos. Por eso el tradicional modelo agoniza, aunque es imprescindible en una democracia representativa.

Los bloques antagónicos de izquierda y conservador, sustentados en sectores sociales muy definidos, se han movido. Los electores son más volátiles, más exigentes y menos fieles a siglas y programas. La política se ha convertido en un mercado. Por eso la individualización de las demandas produce una desideologización social que busca líderes en quien confiar.

Si bien es cierto que tanto partidos como sindicatos deben renovarse profundamente, las conquistas sociales no pueden asegurarse sin ellos, su debilidad marca el declive del bienestar. Su papel ante la crisis está permitiendo la salida neoliberal e injusta, que tanto beneficia a los enemigos de la justicia social.

Las alternativas barajadas hasta ahora dejan mucho que desear. Las nuevas opciones basadas en las redes sociales y en las consultas constantes ante temas inmediatos, infravaloran el papel que el análisis y la deliberación comportan en cualquier decisión política. La flexibilidad, se transforma a veces en una nueva forma de autoritarismo, sin responsabilidades para quien lo ejerce.

Democratizar internamente, es una opción difícil ante su oligarquización, pero es imprescindible como primer paso, para recuperar parte de la confianza de los electores. Por eso las primarias son un paso importante. Ahora bien, será una iniciativa baldía sino se acompaña con una vida interna democrática, ágil, respetuosa con las minorías, complaciente con las discrepancias y garantista con los derechos de los afiliados. Los socialistas han comenzado un proceso interesante, a pesar de alguno que las califican como un «ejercicio de onanismo» en su mejor forma de desprecio. Hacerlas con los vicios del pasado nos pueden llevar de nuevo, a una encrucijada, donde el espacio dejado será ocupado por los populismos y tecnócratas descontrolados. «Un partido es internamente democrático cuando sus dirigentes rinden cuentas ante sus miembros; es decir, cuando estos tienen información sobre las acciones de sus dirigentes y pueden apartarlos del poder». J. M.Maravall en El control de los políticos.