Los antiguos depósitos de agua del Parque Pignatelli están en Zaragoza, no en Estambul, pero, recorriendo sus salas, ahora restauradas e iluminadas, uno tiene la sensación de haber vuelto a las cisternas romanas de la legendaria ciudad turca.

Durante estos días, al calor de la fronteriza programación de En la Frontera , el ciclo rompedor municipal, los viejos depósitos albergan dos exposiciones, muy distintas entre sí, que vale la pena visitar sucesiva o alternativamente, a gusto del consumidor.

La primera de ellas, titulada Zaragoza de luxe , nos reporta, como a través de un soplo de aire retro, nostálgico, aromas de nuestro pasado sesentero. Viendo esos minis, esos carteles, esas peluquerías, los pick-ups, los muebles de diseño aeroespacial, los colores chillones de afiches y tapicerías, se tiene la impresión de estar asistiendo a un gigantesco naufragio que de pronto ha decidido regresar, arrastrado por las olas del tiempo, hasta nuestra minimalista y más sobria actualidad. La insoportable levedad temporal flota sobre esa exposición como un índice acusador frente a nuestra vanidades y modas, que dejan de ser en los sentidos, transcurriendo sin solución de continuidad al desván de la memoria.

Junto a esta Zaragoza de luxe cohabita, nunca mejor dicho, otra muestra bien diferente: Erotomía , un delirio de amor sensual tamizado por la visión artística de una veintena de creadores transidos por la fuerza y, a menudo, por la violencia, del viejo eros. Se trata de una exposición valiente, arriesgada, que herirá más de una sensibilidad, pero que aporta un panorama imaginativo y feraz a una temática, por recurrente y fronteriza, siempre difícil. El erotismo, desde sus poéticas calidades hasta las más explícitas imágenes que lo muestran en su nuda práctica, depara en esa sala un curioso ámbito de explosivo recogimiento, como si asistiéramos a una especie de rito, o de llamada ancestral, por parte de los elementos primigenios del ser, el deseo, el apareamiento, el escarceo sexual, la imaginación erótica, la visión erótica.

Pero lo verdaderamente trangresor de la doble muestra no reside en la última de las exposiciones mencionadas, sino, precisamente, en la conjunción de ambas propuestas. En el contraste entre esa Zaragoza perdida, y recuperada en el templo de los depósitos del Pignatelli, y la ordalía sexual de Erotomía se produce, o provoca, mejor, un nexo caprichoso y volátil, de exclusiva identidad artística, cuyo psicodélico perfume acaricia el espíritu del espectador con una suerte de misterioso hálito. Ese ímpetu, esa vorágine que se origina en nuestra imaginación, saturada de imágenes del pasado, y, al mismo tiempo, enervada por la fiesta erótica de la segunda sala, concentra el éxito de la idea, y la eleva hacia un límite nada convencional.

Zaragoza, en su lento y casi nunca alterado discurrir cultural, necesita periódicamente de este tipo de iniciativas, que por otra parte dan a conocer al gran público a nuevos artistas, nuevos autores capaces de renovar la actualidad plástica, y trasladarnos hacia un futuro más sugerente.

*Escritor y periodista