Algún profesional competente en la materia debería abordar un estudio psicológico sobre la relación entre las tuberías y el Partido Popular.

La exalcaldesa Rudi ya dio alarmantes muestras de padecer una fijación casi obsesiva por los tubos, las conducciones subterráneas, los trabajos de fontanería, alicatado, lampistería y vertido. Y, ahora, José María Aznar, asimismo obsesionado, sin pedir permiso ni consejo a nadie, ni a Europa, ni al gobierno que pastorea en su trashumancia última, ha encargado 550 kilómetros de tubería para canalizar el trasvase del Ebro.

Entra en lo posible que, una vez desterrado el déspota, y desembozadas las tuberías de Moncloa de las oclusiones provocadas por los apretones del poder, el nuevo gobierno no sepa qué hacer con los 550 kilómetros de tuberías ya adquiridas.

Bien pudiera ser que Mariano Rajoy, perdida, como parece que va a perder, la mayoría absoluta, tuviera que comerse los tubos con patatas, o con las calabazas de CiU y de Esquerra Republicana. Porque, si gana Zapatero, atendiendo a su programa electoral, hay que dar por supuesto que se anularán las licitaciones, los contratos, las primeras piedras, los regadíos ilegales y, con todas esas entubadas deposiciones, el Plan Hidrológico Nacional y el trasvase del Ebro.

Resulta obvio que Aznar, en la necesidad que siente de materializar su revancha contra ese Aragón que le ha cantado las cuarenta, ha forzado al límite la máquina de la Administración para marcharse con su vengativo deber cumplido. Los períodos electorales aconsejan, por una elemental elegancia, aparcar los temas conflictivos, con amplia respuesta popular, hasta la constitución de un nuevo ejecutivo. El presidente de la Generalitat, Pascual Maragall, antitrasvasista convencido, acaba de pronunciarse en ese sentido durante su última visita a Bruselas, pero el déspota de Moncloa se ha pasado esa máxima por el tubo, aplicando a nuestra comunidad la agresividad y urgencia de una amenaza nacional.

Me recuerda Aznar, en su tubular patetismo, a aquellos faraones que, ante la proximidad de su fin, y deseando sobre todas las cosas trascender a la historia, aceleraban a golpe de exacción y látigo la construcción de sus descomunales e inútiles pirámides.

Si nadie lo remedia, el trasvase del Ebro, será, en efecto, y en un futuro cada vez menos lejano, la gran mastaba del régimen aznarí, la demostración palpable y visual de que la gestión de sus ocho años de gobierno deja algo más sólido y constatable que una España dividida, plegada a los intereses de los republicanos yanquis y desprestigiada entre los países avanzados de Europa, que sólo cuentan con nosotros como retiro vacacional para sus excedentes de tercera edad.

Puede que a los murcianos y almerienses esas tuberías les parezcan de oro líquido, pero mucho me temo que para los aragoneses y catalanes, para los ecologistas e intelectuales, para la prensa que se resiste a pasar por el tubo simbolizarán el detritus de una democracia orgánica pasada por la cadena del váter.

*Escritor y periodista