Está con nosotros estos días Ángel de la Calle, historietista, escritor y director de la Semana Negra de Gijón, y me voy con él a pasear por las orillas del Ebro, para enseñarle la posExpo. Es una de esas mañanas en que la niebla descansa como un enorme pez acostado sobre el Ebro, en las que no se ve el Pilar y los nuevos puentes de Zaha Hadid y Arenas se desdibujan como colgados de un universo gris y vacío.

Caminando distraídamente nos ponemos a charlar de libros y autores y pronto sale el nombre de Ramón J. Sender, que siempre intento reivindicar, seguro como estoy de que hablo, de que hablamos del autor aragonés más relevante, y a mucha distancia, del siglo XX.

No solo en el contexto de Aragón, me corrige Ángel de la Calle, que ha leído a Sender en profundidad, sino de la literatura española. Le comento que, en mi opinión, el genio de Chalamera fue merecedor de haber ganado un Premio Nobel que se le escapó, entre otras cosas, sugiero malévolo, por la enemiga inquina de Camilo José Cela, un autor, siempre desde mi punto de vista, muy inferior a Sender.

De la Calle no solo me da la razón, sino que apunta a que, en efecto, hubo toda una conspiración para privar a Ramón J. Sender de un galardón, el Premio Nobel de Literatura, que él merecía por su magna obra literaria. Nuestro paisano firmó más de un centenar de libros, muchos de ellos de plena vigencia. Novelas, ensayos, crónicas, obras de teatro (algunas las escribió en inglés, para poder representarlas en Estados Unidos, donde se vio obligado a vivir durante décadas a consecuencia de su exilio, como republicano militante y combatiente que fue). Mientras Cela prosperaba en el franquismo, del que llegó a ser un autor tan oficial como José María Pemán, otros muchos escritores españoles, como el autor de Imán, sufrían el desdén, la estrechez, la censura o el silencio.

Y, sin embargo, ¿hemos sido capaces de mantener, de conservar viva la memoria de nuestro mejor novelista? ¿Son leídas sus obras por las nuevas generaciones? Mucho me temo que no sea así, y que de ese olvido, como del descuido de tantas cosas nuestras, seamos todos un poco culpables.

Hay remedio, sin embargo. Volvamos a leer Crónica del alba, descubramos La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, o asombrémonos con Réquiem por un campesino español.