En ésta, segunda Semana Santa atípica de la era del covid, en que los cofrades han perdido el paso y las calles sus procesionales redobles, no ha faltado sin embargo el sentimiento religioso de los creyentes plasmado en el símbolo de los ramos, en el del silencio de las campanas, o en el del ayuno y el Vía Crucis del Viernes Santo presidido por el Papa Francisco en la Ciudad Eterna.

Claro que, llegada la Pascua -festividad variable pues se celebra en función de la primera luna llena tras el equinoccio de primavera- también llegan a las pantallas de televisión las películas que -desde decenas de años ha-tradicionalmente se han asociado con el significado cristiano de la Semana Santa. Estas películas son lo que la proyección de Don Juan Tenorio en la noche de Todos los Santos, la de Agustina de Aragón en el día del Pilar, o la de Qué bello es vivir Qué bello es viviren el día de Navidad.

Hablamos (en el caso de la Semana de Pasión, claro está) de -en primer lugar- Ben-Hur, Ben-Hur,dirigida en 1959 por William Weyler y protagonizada por Charlton Heston (en el papel de Judá) basada en la novela homónima que el polifacético (militar, diplomático, escritor…) estadounidense Lewis Wallace escribió en 1880. Película que siempre será recordada por la espectacular escena de la carrera de cuadrigas (la cual se desarrolla en un fabuloso escenario que recrea el antiguo circo de Antioquía) con el “malo” de Mesala (Stephen Boyd) fustigando con el látigo al bueno de Ben-Hur, y arruinando las ruedas de los carros de sus contrincantes con dos taladros metálicos rotatorios con los que había tuneado el romano malo los ejes de sus llantas.

Y en segundo lugar -aunque no por ello menos mítica e importante en la historia del cine-: la película Espartaco. Dirigida por el legendario Stanley Kubrick, se rodó este filme en 1960, basado en la novela homónima -escrita en 1950 por el novelista estadounidense Howard Fast- y estuvo protagonizado por un reparto muy coral de actores, entre los que se encontraban auténticas leyendas del cine: Kirk Douglas (Espartaco), Tony Curtis, Jean Simmons, o Peter Ustinov. Actor este último que, por cierto -en otra de romanos- había interpretado brillantemente al emperador Nerón en la película de 1951 (dirigida por Mervin LeRoy) Quo Vadis, basada en la novela homónima que el escritor polaco Henryk Sienkiewicz escribió en los últimos años del siglo XIX.

Así que, como se ve, la Antigua Roma -y la figura de Jesús y del cristianismo, como trasfondo- estuvieron de moda en el Hollywood rockabilly de los 50, así como en el mod de los 60, y hasta en el hippie de los 70 (ahí está la psicodélica Jesus Christ Superstar, dirigida en 1973 por Norman Jewison) resurgiendo con fuerza en el Hollywood posmoderno de la mano de Mel Gibson con La Pasión de Cristo.

Pero volviendo a Espartaco, sabemos de este personaje histórico que nació hacia el año 113 antes de Cristo en la región de Tracia (en la Península de los Balcanes) y que habiendo sido soldado del ejército romano, desertó; tras lo cual fue reducido a esclavo y como tal, convertido en gladiador. La revuelta de Espartaco en la región romana de Capua se produjo en el año 73 a.C. y lejos de ser uno de tantos levantamientos de esclavos en una sociedad con un modo de producción esclavista, la de Espartaco consiguió aglutinar a 60.000 combatientes que el Senado de Roma solo logró doblegar con la ayuda de 6 legiones al mando del general Craso. Tras algunas victoriosas batallas, Espartaco murió en la decisiva del río Silaro (al sur de Italia) la cual tuvo lugar en el año 71 a.C. Pese a la certeza de su muerte en el combate, su cadáver jamás fue identificado.

Pero la hazaña de Espartaco, siendo meritoria, de ningún modo pretendió una revolución en el corazón del Imperio de Roma, tal y como la película de Kubrick trata de mostrar a través de diversas escenas y personajes. La verdadera revolución que provocó la “decadencia y caída del imperio romano” (título de los seis célebres volúmenes que el historiador inglés Edward Gibbon publicó entre 1776 y 1778) la protagonizó el Cristianismo con su evangelio sobre la igualdad de todos los hombres ante Dios, y del amor al prójimo, que consiguió derribar los cimientos de la esclavitud. Por cierto que la obra de Gibbon tuvo en España, como prestigioso traductor, al gran humanista aragonés -natural de Monzón- José Mor de Fuentes (1762-1848).

Por otro lado, la escena final de la película Espartaco, con el protagonista crucificado, no es histórica y se presenta como una burda identificación de su figura con la histórica de Jesús, aunque pueda venirle bien la aplicación de la conocida paremia italiana: “se non é vero, é ben trovato”.