La energía mueve el mundo. Y a base de utilizar recursos contaminantes y finitos durante al menos el último siglo y medio, impulsando la explosión mecánica de un desarrollo industrial y social sin precedentes, el peaje de la contaminación ha hecho saltar las alarmas del cambio climático. Toca reconducir el proceso por pura supervivencia, pero la adaptación sin que la maquinaria socioeconómica se pare exige la convivencia de viejos y nuevos modelos durante la etapa de transición. Un equilibrio de balanzas que deben compensarse de forma precisa para mantener una cierta armonía durante el periodo de sustitución. El coche eléctrico se postula como un puntal de esa revolución. En solo dos años, las marcas fabricantes han pasado de exhibirlos de forma conjunta -como tendencia—en la feria del automóvil de Barcelona a incluirlos cada una en su propio estand, como oferta real. En Zaragoza, el director de la planta de PSA anunció que el Corsa eléctrico costará el doble que el modelo actual. A este hándicap hay que añadir la limitada autonomía de estos vehículos y la inexistente red de recargas rápidas en ruta para que su adquisición se popularice. Un proceso tecnológico-logístico y comercial para el que, como siempre, ya se empiezan a solicitar ayudas institucionales. Los fabricantes y concesionarios reclaman 2.500 millones en un plan Renove para sustituir en cinco años 2,5 millones de coches de más de 10 años de antigüedad. El coste de pasar a la movilidad no contaminante se pagará a escote, también como siempre.

*Periodista