Ese buen, plural e interesante escritor que es J. A. Román Ledo ha dedicado su último trabajo literario a la figura del guionista cinematográfico Julio Alejandro, artista, personaje que nos dejaba hace algunos años, tras una vida rica y variada, legándonos un centenar de extraordinarios guiones, varias obras de teatro, libros de poemas, cartas, recuerdos, y un fondo de armario literario lleno de gratas sorpresas.

Román Ledo dedica los primeros capítulos de la biografía de Julio Alejandro Castro a reconstruir su infancia y adolescencia, los años en los que el carácter de este aragonés ejemplar fue forjándose en el entorno de los libros, la Marina, la guerra civil, la generación del 36. Nacido en Huesca, en 1906, y bautizado en la parroquia de San Lorenzo (motivo por el cual sus hermanos, en coña, le llamaban El socarrao ), el pequeño Julio contemplaría por primera vez el milagro del cine gracias a la carpa Las Vistas ("el palacio de Saba", lo llamaba él), un proyector portátil que se montaba en el Coso Alto. Pasaban un documental sobre el gran invento del ferrocarril, con una locomotora en primer plano que avanzaba hacia los espectadores. Todos los cuales, aterrados, se arrojaron al suelo. Todos, menos el padre de Julio, a partir de ese momento un héroe para él.

La familia Castro pasaba los veranos en Bulbuente, al pie del Moncayo, donde hoy descansan las cenizas del guionista, que quiso reposar para siempre en ese paisaje desde el que de niño creía otear el mar. Divisar el mar. Oler el mar. Porque el Moncayo, para Julio, era como un barco varado en el océano de tierra de Aragón. Una cumbre magnética, imantada al carácter aragonés. a nuestro ser, cuyo recuerdo le daría fuerza durante toda su vida.

Existencia, la del artista, ciertamente increíble. Siendo muy joven, con poco más de veinte años, participó como guardiamarina en el desembarco de Alhucemas, y llegó a vislumbrar la chilaba blanca de Abd del Krim subiendo al barco que habría de trasladarlo a la isla de Reunión. Sería uno de los primeros personajes históricos que conocería, pero no el último. En Shangai, al año siguiente, vería como Chiang--Kai--Ckek hacía su entrada al frente de sus cantoneses. Y en la Manila de la ocupación y del éxodo, ya en 1944, viviría una serie de episodios dramáticos, estando a punto en varias ocasiones de perder la vida (de hecho, sería operado sin anestesis y evacuado de la capital sobre un colchón).

En Madrid estrenaría sus primeras obras teatrales, pero iba a ser en México donde el talento de Julio Alejandro se desbordaría en su aplicación cinematográfica. Los principales directores mexicanos (Tito Davison, Luis Alcoriza, Gómez Muriel, Ripstein) comenzarían a requerir habitualmente sus servicios. Talentos que, finalmente, coincidirán con el de Luis Buñuel, asimismo exiliado en México. Con el genio aragonés, Julio comenzó adaptando Cumbres borrascosas , para firmar luego títulos que han quedado para la historia: Tristana, Viridiana, Nazarín .

Antonio Machado llamó a Julio Alejandro "pastor de olas, capitán de estrellas".*Escritor y periodista