«Un maltratador no puede ser un buen padre». Patricia tiene un tono muy dulce y entreabre los ojos mucho cuando busca recuerdos en su memoria para contar su historia. Tiene 20 años y ahora puede decirlo en voz alta. Ahora verbaliza algunas escenas terribles que vivió cuando era muy pequeña. Aunque biológicamente lo es, ella nunca llama «mi padre» al tipo que un día apaleó a su madre después de muchos años de empujones, insultos, vejaciones y amenazas. Patricia y su hermano asistieron a aquella violencia, a veces más sutil y a veces salvaje, durante mucho tiempo.

Un día su madre dijo basta y los tres se marcharon de casa. Patricia pensó que el infierno había terminado porque se habían separado. Pero estaba equivocada. Tenía 8 años y su hermano 6. Descubrieron entonces cómo el sistema no estaba diseñado para reparar en sus necesidades vitales. El agresor fue condenado, pero Patricia y su hermano fueron obligados a estar con él los fines de semana y un largo verano. Ella cuenta que nunca recibió ningún golpe, pero relata la angustia y el pavor que puede sufrir cualquier niño cuando presencia las palizas a su madre. La justicia nunca tuvo en cuenta su testimonio hasta que se hicieron mayores. Y al no escucharles, no fueron protegidos.

Hace solo tres años, la legislación cambió. Muchas voces expertas y organizaciones en defensa de las víctimas habían advertido de la necesidad de incluir a los menores en los protocolos de protección de sus madres. También comenzaron a fijarse las ayudas para los pequeños que se han quedado huérfanos porque sus madres han sido asesinadas. Las cifras son tremendas: 194 menores desde el 2013. Queda mucho por hacer. Esta semana, representantes del Fondo de Becas Soledad Cazorla y de la Fundación Mujeres han solicitado en el Parlamento Europeo, por ejemplo, la retirada de la patria potestad a los maltratadores. Tal y como asegura Marisa Soleto, una de las grandes referencias en este campo, a un hombre condenado por violencia de género no se le puede permitir tomar decisiones sobre la vida de sus hijos.

Vuelvo a Patricia. Se puede decir que tuvo suerte, porque su madre no fue asesinada. Pero también se puede decir que Patricia tiene una madre que dijo basta. Una madre que después del calvario entendió lo importante que era que sus hijos supieran que aquello no era amor, que a la hora de elegir a una pareja, ellos debían saber que el respeto es una normal fundamental.

Escucho a Patricia hablar del pasado. No se le quiebra la dulce voz cuando dice que no tuvo infancia. Pero tampoco cuando habla de la vida que tiene por delante. Tiene solo 20 años y ahora que es mayor puede contarlo. #Niunamenos <b>* Periodista</b>