Esta paz se parece demasiado a una guerra y a veces, harto a menudo, esta tierra a una sucursal del infierno. No el infierno de Dante, sino el descrito por Calvino, por supuesto Italo, sería el más apropiado. En su lucidez de luz y dolencia hace decir a Marco Polo, uno de sus personajes más míticos: «El infierno de los vivos no es algo por venir: hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno no es infierno, y hacer que dure y dejarle espacio».

Sí, la cita es larga pero ¿acaso no merece la pena? Calvino condensa como nadie esa idea que a todos nosotros seguro también alguna vez nos rondó por la cabeza. No entra este Calvino en disquisiciones sobre el otro infierno como sí hiciera su homónimo, el teólogo francés Juan Calvino. De momento, bastantes preocupaciones y trabajo tenemos con el de aquí, con este infierno. Los acontecimientos de esta semana en Manchester como todos los anteriores de París, Niza, Bruselas, Londres, Madrid… nos imponen la muerte, moneda de dolor, estruendo de odio, ciega aversión de desolación que aniquila. Ante la dificultad de comprender tan cruel hostilidad y administrar la serenidad que ahuyenta la ira y previene el error cada día me es más difícil aceptar esa parte ya casi omnipresente de lo real. Sé que las buenas cosas requieren su tiempo y aún su espacio necesitan, ese espacio al que aludía Calvino y que debemos aumentar o generar, si es el caso, para lo que no es infierno y para hacer que dure. No valen magias, atajos ni demagogias no hay aliado más duradero ni camino más válido que la convicción en aquellos valores y principios que, por encima de lo demás, defienden la necesidad y la importancia de respetar a quien no profesa tu fe, tu creencia, tu ideología, tu particular visión de la vida. De sobras sé que estas palabras son algo así como enviar un mensaje en una botella, depositarla en el mar y dejar que las olas la alejen hasta acercarla a otra orilla. Lo más probable es que no lleguen a quienes van dirigidas y de poco o nada sirvan, nada evitarán y en ese sentido son estériles, palabras inútiles que, sin embargo, mantengo a falta de no saber bien qué otra cosa hacer, ni a quién dirigirme. Ahondar en el respeto al otro, al que se me parece y al que no es como yo, incluso aunque como sabemos ese respeto no siempre sea recíproco, puede parecer algo incoherente e incluso aniquilante, puede parecer de tontos o de cobardes pero yo no lo creo, primero porque solo así se construye con fortaleza el respeto por nosotros y por uno mismo y, segundo, porque ello no significa no hacer frente ni luchar por revertir la situación sino que exige hacerlo por unos medios de los que, ni ahora ni en adelante, tengamos que avergonzarnos siendo esos medios la argamasa de nuestros fines: el respeto y la libertad entre iguales.

*Universidad de Zaragoza