Al Papa Francisco le ha tocado heredar una Iglesia que venía dando bandazos de la renovación al integrismo, con una Curia (el aparato) corrupta, unas sectas colaterales peligrosas, una crisis de vocaciones irreversible y unos problemas internos que llevan siglos pudriéndose. El de la pederastia es uno de ellos, quizás el más terrible y más revelador. Y dice mucho del poder que tuvo y aún tiene la jerarquía católica, su capacidad para haber ocultado hasta hace bien poco esa sucia historia de abusos y violaciones a niños y niñas. Pero en estos tiempos nada puede permanecer oculto indefinidamente. Ni siquiera en España, donde el escándalo parecía que jamás saldría a la luz (pese a sus colosales dimensiones) pero ya aflora imparable.

Las órdenes religiosas masculinas, los seminarios y todos esos lugares sometidos a la implacable regla del celibato fueron siempre ollas a presión donde la prohibición antinatural del sexo buscaba salidas en cualquier perversión. Eso ha sido tan obvio que da grima tener que debatirlo a estas alturas. Al igual que la profunda y delictiva hipocresía de tantas jerarquías, que taparon los delitos y abandonaron a las víctimas.

Pero lo más curioso de estos dias, cuando la propia cúpula eclesial intenta arreglar el desastre (manteniendo el celibato, lo cual es un perfecto contradiós), son los mensajes difundidos por quienes, más papistas que el Papa, argumentan en los foros que la pederastia es un vicio universal (de padres, tíos, educadores, entrenadores o monitores) y su incidencia en la Santa Madre es la normal. O recuerdan (ese es un argumento genial) que los niños y niñas abusados lo fueron más bien en el País Vasco y Cataluña, justo donde predominan los indepes. O atribuyen todo a perversos gays infiltrados en el clero. O simplemente niegan la mayor y consideran todo el barullo una campaña de la masonería (pues ahora, por mor del revisionismo y el neofranquismo, vuelve a relucir lo de la conjura de las logias y la conspiración universal contra España).

En fin... Es muy dudoso que exista Dios. Pero el Diablo...