Todo lo que rodea al fútbol, por lo demás digno espectáculo deportivo, adquiere un singular reflejo incluso cuando algunas de sus noticias puedan considerarse casi irrelevantes. Una inmensa algarabía y aplauso generalizado acompaña sus triunfos, mientras que la carencia de éxitos suele devenir en grave frustración, a la par que el tráfico económico en torno al balompié alcanza cotas desorbitadas. Pero en el lado oscuro de la popularidad dormitan otras actividades; el apoyo social, institucional y económico concedido a estas áreas menos celebradas no tiene parangón con el cosechado por el fútbol. Tal es el caso del ajedrez, un gran desconocido para la opinión publica. Probablemente, se desvanecerán muy rápido los vítores a Pedro Ginés, quien se ha proclamado en la ciudad griega de Halkidiki brillante campeón mundial sub-14 de ajedrez, segundo español distinguido con semejante honor en cualquier categoría y en toda nuestra historia, frente a un tablero dominado durante décadas por rusos, chinos e hindúes. Pero ni siquiera aquí, en su propia tierra, su prodigiosa e insólita gesta ha gozado de la presumible notoriedad; aún menos, obviamente, del respaldo que merecen el entusiasmo y entrega necesarios para semejante hazaña. Contrasta el apoyo moral y esfuerzo material por parte de su familia con el agravio comparativo que supone la escasa ayuda financiera recibida, insuficiente incluso para sufragar los gastos de desplazamiento a la sede del campeonato, donde tampoco le esperaba uno de esos enormes estadios atiborrados de hinchas entusiastas. En cuanto a Pedro, volverá al instituto como cualquiera de sus compañeros de estudio. Sin ruido. Sin grandes cambios en su vida. Pero no por ello, dejará de ser todo un gran ejemplo y, por suerte, le espera un gran futuro. H *Escritora