Pedro Sánchez es un peculiar presidente de gobierno. Sus 100 días de gobierno han dado ya para mucho, bueno y malo. Su audacia un tanto aventurera conlleva necesariamente aciertos, rectificaciones y poses políticas. El asunto de su tesis es una cuestión aparte, pues la cuestión de si hay o no plagio no parece existir ya que, al margen de la apropiación de una importante cantidad de datos públicos (eso, públicos), los test antiplagio de los programas internacionalmente reconocidos no aportan suficiente porcentaje de plagio. Por tanto, dejémosle en eso, en la medianía de una tesis doctoral más. El Dr. Sánchez no pasara a la historia académica de la economía. Pasemos, pues, a analizar al presidente Sánchez.

Desde mi ventana indiscreta creo percibir que la clave de la peculiaridad de Sánchez radica tanto en su propia personalidad como en la de su jefe de gabinete. Generalmente se suele nombrar jefe de gabinete a una persona de confianza y que tenga visión política global, pues su función más importante es coordinar las políticas del presidente. Sin embargo, Iván Redondo, su jefe de gabinete, no es un político sino un consultor de comunicación política que ya ha trabajado con otros líderes del PP (Monago -de quien también fue jefe de gabinete en Extremadura-, García Albiol -al que llevó a la alcaldía de Badalona con la consigna de barrer a los inmigrantes)) y que también llevó a Sánchez a su triunfo en las primarias socialistas. Parece, pues, un cerebro brillante del márquetin político y quien le dicta al presidente todo tipo de ocurrencias políticas, muchas veces lejos de cualquier coordinación interministerial. De ahí las declaraciones por libre de algunos ministros y sus correspondientes rectificaciones. Por lo general, este tipo de globos acaban pinchando.

Alguno ha llegado a decir que Sánchez es un actor que hace de presidente, por lo que su puesta en escena está muy trabajada y suele generar aplausos fáciles. Pero ¿tiene credibilidad política? Veremos si, además de feminismo (importante moda sin la que no hay nada que hacer) y diálogo con los independentistas catalanes, avanzamos en crecimiento económico, lucha contra la desigualdad y regeneración democrática. Es cierto que la nómina de ministras y ministros es sonora y prometedora, aunque ya han caído dos en pocos días y otros dos andan algo tocados. El ritmo escenográfico es trepidante y casi da vértigo. Es lo que tiene el márquetin.

¿Cuándo convocará elecciones? Indudablemente cuando crea que le favorezcan los sondeos, independientemente de que acierte o no. Iván dirá. Y los presupuestos mandan, que se aprobarán o no en función de las expectativas de los partidos políticos. Y la retórica nacionalista (catalana y vasca) se estirará y encogerá en función del análisis coste-beneficio del momento político.

Tenemos, pues, un gobierno «prometedor» pero muy débil en musculatura parlamentaria. Cuando Pablo Iglesias recuerda que mejor gobernar con 156 diputados que con 84, no se trata de una frase retórica sino de una advertencia. Y cuando el independentismo catalán dice que el diálogo real será para determinar el carácter pactado o unilateral de la desconexión con España, inevitablemente hay que volver a pensar en el artículo 155 de la CE.

Entonces ¿qué margen de gobierno tiene Sánchez? La estrategia de Iván Redondo puede haber agotado las ocurrencias y, por lo tanto, su eficacia de corto vuelo. Y aún más con la entrevista incendiaria de la Sexta a Sánchez y con la reforma constitucional exprés para un mínimo de aforamientos. Eso es matar moscas a cañonazos. Y, al igual que en Extremadura y Badalona, fue y no hubo nada. Si este gobierno jugaba a campaña electoral, el subidón demoscópico de agosto pasado difícilmente se repetirá. Más bien, los últimos acontecimientos bajan las expectativas socialistas, a pesar del nuevo CIS. Por lo que las próximas elecciones pueden estar cerca, y las elecciones municipales y autonómicas de 2019 podrían convertirse en la referencia fundamental. Sin entrar ahora en las elecciones andaluzas, que también incidirán en las generales.

Ahora bien, si por gobernar entendemos hacer una gestión estratégica del presente y del futuro, identificando las tendencias y anticipando las soluciones a la problemática social, todo lo dicho en este artículo sobra, porque lo que se está haciendo no es gobernar sino estar en el gobierno. Si lo que se intenta solucionar son los síntomas y no las causas, eso no es sino el populismo que tan en boga está: decir lo que la gente quiere oír, simplificar los mensajes y amagar las soluciones. Pero gobernar es otra cosa más rigurosa y más seria.

Como final hay una pregunta que me asalta: ¿algunos ministros solventes que hay en el Gobierno conocían realmente a Sánchez? Mi ventana está un poco empañada.

*Profesor de Filosofía