Después de mes y medio desde su toma de posesión, Pedro Sánchez ha respondido a los reproches de la oposición de que aún no había comparecido en público en España con la presentación en el Congreso de un programa de gobierno en el que destacan un paquete de reformas económicas y un plan para intentar estabilizar la situación en Cataluña tras muchos meses de incomunicación. Pero, más allá de los contenidos, la sesión, como ya había ocurrido el día anterior con el fracaso en la renovación de RTVE, confirmó las dificultades que el PSOE va a encontrar para acabar la legislatura con solo 85 diputados, lo que requiere complicados pactos a derecha e izquierda.

Las medidas económicas anunciadas --reforma fiscal, con más impuestos a las empresas y a la banca, reparto de la flexibilización del déficit entre el Estado y las comunidades autónomas, retoques en la reforma laboral, revalorización de las pensiones, actuaciones para combatir la burbuja de los alquileres y nueva ley para prohibir las amnistías fiscales-- son razonables, pero será difícil llegar a pactos para que salgan adelante. La marcha atrás en la publicación de los acogidos a la última amnistía fiscal --primera promesa incumplida de Sánchez-- parece justificada por la imposibilidad legal de hacerlo --Podemos lo niega--, pero entonces el presidente se equivocó al prometer cuando estaba en la oposición algo que no podía cumplir. En el otro tema central, Sánchez reconoció que el problema catalán «solo se arregla votando», pero no la autodeterminación, sino un nuevo Estatut para que Cataluña no sea la única comunidad que se rige por un Estatuto que no ha sido ratificado en las urnas. Es lo menos que el Gobierno puede proponer ante la enrevesada situación. En este sentido, defendió el diálogo --«dialogar no es ceder, es hacer política», dijo-- frente a las duras descalificaciones de PP y Ciudadanos, unidos en la denuncia de que Sánchez cede ante «independentistas, populistas y herederos de ETA», como dijo Rafael Hernando, del PP. ERC y PDECat no llegaron ni mucho menos al tremendismo de la derecha, pero también advirtieron a Sánchez con retirarle su apoyo si no hay avances. El debate mostró la intransigencia de PP y Ciudadanos y, con otro tono, las exigencias de Podemos, pero Sánchez se manejó con soltura ante un fuego cruzado que, por el momento, acabó en salvas.