El desmantelamiento de un ring para peleas clandestinas de gallos en una parcela ubicada en una finca entre Pedrola y Figueruelas nos transporta a una España antigua e ignota, que creíamos inexistente. Aparte del truculento escenario, en el lugar había una plantación de cannabis, con instrumental para un rápido secado, así como un cutrebar clandestino cuyos clientes serían los apostantes en las timbas. A poco más de 30 kilómetros de la quinta ciudad de España, al lado de un pujante polo industrial automovilístico, un ciudadano de 39 años era responsable de este antro y de sus presuntos negocios ilegales. ¿Nadie sabía nada? Una vez más se demuestra que no podemos mirar hacia otro lado.