Andamos de socavón en socavón, aunque los peatones cuenten poca cosa y un esguince o rotura de talón, una contractura o el moratón de turno apenas cuenten en la estadística diaria de delitos perpetrados por manos humanas calientes o instituciones frías. Andar por las aceras es peligro público que no deseo al peor de mis enemigos, si los hubiere, y nadie parece contemplar la salud pública. Si hablamos de conducir por calles y avenidas el ejercicio aún resulta más circense, sin red, es sentirte piloto en París-Dakar de tanto sortear obstáculos, apretujones de hierro plastificado, pitidos y mala leche. Está muy bien pensar en el mañana, pero quienes votamos somos el hoy y el Consistorio zaragozano parece habernos abandonado. Tanto las aceras como las calles y avenidas están abandonadas de la mano de Dios, Juez supremo claro, y en tanto que paganos de impuestos, los usuarios claman al cielo. ¿Sería posible que no tengamos, segundo a segundo, día a día, mes a mes, que añorar a José Atarés? Alguien debería pensar que cuando falla lo elemental poca confianza cabe depositar en el ladrillo y los señuelos de diseño artificial que con tanto ardor auspician algunos.

*Profesor de Universidad