Una vez más, en Irak se demuestra que la guerra de Bush sólo "ha creado terroristas donde no había ninguno", en palabras de su gran rival demócrata, Kerry. Los atentados que han causado sendas carnicerías en Bagdad, Kerbala y Quetta parecen el preludio de una guerra civil entre sunís y shiís que podría extenderse más allá de las fronteras iraquís. Esas dos comunidades musulmanas ya habían librado sangrientos conflictos, pero antes de la invasión de Irak parecían estar empezando a reconciliarse en el marco de la umma (la comunidad de los creyentes). Ahora será muy difícil que la mayoría shií de Irak (dos tercios de la población) acepte compartir el poder (y el país) con los sunís, a los que considera autores del mayor de los crímenes, no sólo por el trágico saldo sino ante todo por el profundo significado religioso de estos atentados. Es casi seguro que la responsable de estas nuevas matanzas sea la red Al Qaeda, inspirada por una fanática versión del islam wahabí (como Arabia Saudí), la corriente más integrista de los sunís. Pero tampoco cabe duda de que la doctrina imperial de Bush y de sus aliados, su estrategia belicista en la "guerra contra el terrorismo", ha exacerbado hasta la locura el mismo terror que jura estar combatiendo.