Las democracias desaparecen por golpes militares. Y también a manos de líderes electos en una democracia, que luego la destruyen y la evisceran. No me agrada escribir otra vez sobre este tema. Pero la irrupción de Vox en las elecciones andaluzas y su protagonismo político en el futuro gobierno me obliga a hacerlo. Todavía más, porque en las próximas elecciones generales su protagonismo, según todos los indicios, se incrementará.

La responsabilidad de cribar y marginar a los partidos antidemocráticos recae más bien en los partidos democráticos y en sus líderes: los guardianes de la democracia. Estos deben aislar y derrotar a las fuerzas antidemocráticas, un comportamiento que la politóloga Nancy Bermeo llama «distanciamiento». ¿Cómo?

Eludir toda alianza o pacto con partidos antidemocráticos. Tales alianzas o pactos son devastadores a la larga y benefician al advenedizo. Para Linz en La quiebra de las democracias, la defunción de muchas de ellas puede deberse a la «afinidad mayor que un partido orientado al mantenimiento del sistema muestra con los extremistas que están a su lado en el espectro político que con los partidos moderados del sistema al otro lado del extremo».

Aislar a los partidos antidemocráticos, en lugar de legitimarlos. Para ello, evitar actos que contribuyen a «normalizarlos», como los mítines conjuntos de los conservadores alemanes con Hitler en la década de 1930.

Y cuando los partidos antidemocráticos se postulan como serios contrincantes electorales, los partidos democráticos deben forjar un frente común. De nuevo Linz, deben mostrar su «voluntad de unirse a grupos ideológicamente distantes pero comprometidos a salvar el orden político democrático». En circunstancias normales, esto es inconcebible. Los votantes de cada partido se enfurecerían. Pero, en circunstancias excepcionales, un liderazgo valiente pone la democracia por delante del partido.

Según Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en Cómo mueren las democracias, algunas democracias europeas de entreguerras practicaron el cribado y salvaguarda de la democracia. En aquella crisis política y económica, en Bélgica y en Finlandia advirtieron una posible quiebra de la democracia con el auge de grupos extremistas antisistema, si bien, a diferencia de Italia y Alemania, se salvaron gracias a que sus élites políticas defendieron las instituciones democráticas (al menos hasta la invasión nazi).

En Bélgica, en las elecciones generales de 1936, dos partidos de extrema derecha, el Partido Rexista y el Partido Nacionalista flamenco o Vlaams Nationaal Verbond (VNV), subieron casi al 20% y cuestionaban el predominio de los tres grandes partidos: el Partido Católico (PC), de centroderecha; los socialistas y el Partido Liberal. Era claro el pulso del líder del Partido Rexista, Léon Degrelle, que se había alejado de la extrema derecha del PC, a cuyos líderes acusaba de corruptos.

Los partidos democráticos reaccionaron. El PC apoyó como primer ministro al católico Paul Van Zeeland y tenía dos opciones para gobernar. Una, la alianza con los socialistas, en la línea del Frente Popular francés, que tanto Van Zeeland como otros dirigentes católicos habían aspirado a evitar. La segunda, una alianza del ala derechista con fuerzas antisocialistas entre las cuales el Partido Rexista y el VNV. No era una decisión fácil; la segunda la respaldaban los tradicionalistas que pretendían desbaratar el gabinete de Van Zeeland apelando a las bases católicas, organizando una Marcha sobre Bruselas y forzando unas elecciones extraordinarias en las que el líder rexista Degrelle se enfrentaría a Van Zeeland. Pero los parlamentarios del PC adoptaron una postura clara: no respaldar el plan de los tradicionalistas y aliarse con los liberales y los socialistas en apoyo a Van Zeeland. Tal postura la propició el rey Leopoldo III y la responsabilidad del Partido Socialista, que aun siendo el más votado en las elecciones de 1936, al advertir que no tenía apoyos suficientes en el Parlamento, en lugar de convocar nuevos comicios, participó en un Gobierno liderado por Van Zeeland, e integrado por católicos conservadores y socialistas, y excluyendo a los partidos antisistema.

En Finlandia, el movimiento de extrema derecha Lapua irrumpió en la política en 1929, amenazando la frágil democracia e intentando destruir el comunismo. Amenazaba con actos violentos si no se cumplían sus demandas y atacaba a políticos de los partidos mayoritarios, al acusarlos de colaboradores de los socialistas. Al principio, los políticos de Unión Agraria de centroderecha, el partido gobernante, flirtearon con Lapua, cuyo anticomunismo les parecía útil. En 1930, Svinhufvud, un conservador, fue primer ministro y les dio dos ministerios, lo que no impidió que siguiera mostrándose extremista. Con los comunistas prohibidos, su punto de mira fue el Partido Socialdemócrata. Matones de Lapua secuestraron a más de mil socialdemócratas. Organizó una marcha sobre Helsinki y apoyó un intento de golpe de Estado para quitar el Gobierno. Tales actos llevaron a que los partidos conservadores rompieran con Lapua. Y finalmente la Unión Agraria, el liberal Partido del Progreso y el Partido Popular Sueco establecieron con los socialdemócratas el Frente de la Legalidad para defender la democracia.

Casado y Rivera deberían leer el libro de Tony Judt Sobre el olvidado siglo XX.

*Profesor de Instituto