El 21 de abril se produjo en Toronto un dramático atentado que costó la vida a 10 personas e hirió a otras tantas. A diferencia de lo ocurrido en otros recientes atentados como los de Barcelona y París, el de Toronto perdió repercusión mediática cuando se supo que no era reivindicado por una organización islámica. El atentado --según apuntan diversas fuentes, aunque parezca difícil de creer-- fue perpetrado por un hombre afín al movimiento incel. Para quien no lo conozca, se trata de un grupo -que ya atentó en California en el 2014 y también pasó bastante desapercibido- de hombres heterosexuales que odian a las mujeres y que reivindican el derecho a mantener relaciones sexuales y que este sea garantizado por el Estado. Lo han leído bien, sí.

En un primer análisis podríamos pensar que es una excentricidad que no refleja ninguna tendencia social y hay que tomarlo como un exotismo. Sin embargo, hablamos de una ideología que ha sido capaz de matar en dos ocasiones y que aprovecha el discurso político contemporáneo sobre los derechos humanos para justificar los extremos más radicales de la misoginia alentando la violencia y, especialmente la violencia sexual contra las mujeres. Apoyan la cultura de la violación -en su ideario están, por ejemplo, las violaciones masivas- abiertamente y se refieren a las mujeres como seres que deben estar permanentemente al servicio de los hombres.

Ante esta situación, lo que me parece más relevante es analizar cuáles han sido las reacciones sociales y mediáticas -especialmente en Norteamérica-. Como comentábamos al inicio, llama la atención ver cómo un atentado que no responde al discurso geopolítico mayoritario que responsabiliza al mundo islámico de «todos los males» no tiene interés mediático, pese a sus dramáticas consecuencias. Digamos que, probablemente, no contribuye a mantener las tesis que sustentan muchos de los conflictos armados actuales. Pero, por otro lado, poniendo el foco en las ideologías, ¿no debería asustarnos más un grupo que, en el corazón de la sociedad occidental, tiene tal visión sobre las mujeres que es capaz de matar? Nos jactamos de que en las sociedades occidentales/modernas tenemos las mayores cotas de igualdad entre hombres y mujeres, muy superior a otras culturas. Justamente este es uno de los argumentos que utilizamos para legitimar nuestra superioridad respecto de la cultura islámica que atenta contra nosotros por tener unos valores democráticos e igualitarios. ¿Es quizá por eso que no ha interesado hablar del caso de Toronto? Ese atentado nos pone ante el espejo de nuestras contradicciones y nuestro profundo racismo y machismo.

Tanto es así que, el 27 de abril, el reputado New York Times publicaba un artículo pretendiendo «empatizar», entender y solucionar las reivindicaciones de los incel,y en el que abogaba por hallar alternativas a estos actos terroristas como desarrollar robots o muñecas sexuales para satisfacer sus demandas. Relatándolo como una forma de de resolver y evitar futuros ataques terroristas o violaciones masivas, el solo hecho de pensar en estos términos y legitimar una demanda de este tipo es altamente preocupante. En este caso podríamos afirmar que se trata de una profunda misoginia disfrazada de progresismo e intelectualidad. La lógica aparente de la racionalidad en la búsqueda de alternativas -sobre todo encabezada por un diario como el New York Times- ante un escenario tan monstruoso es la consecuencia más grave y, a la vez, invisibilizada. Nos remite a la ideología siguiente: «Como en el fondo son de los nuestros (occidentales, blancos y heterosexuales), vamos a buscar soluciones para que no molesten mucho. Este terrorismo sí se puede evitar, porque solo va contra las mujeres. No cuestiona profundamente nuestro sistema. Les proporcionamos sucedáneos de mujeres para que las violen. Porque la sociedad no puede aceptar de forma voluntaria que los estados amparen las violaciones, pero en el fondo se entienden las reivindicaciones de los incel».

Sin embargo, no solo no cuestiona la lógica profunda de la violencia sexual, sino que la refuerza a través de sugerir la utilización de robots con apariencia de mujer y ofrece a la propuesta aparente rigurosidad y difusión a través de un medio de comunicación internacionalmente reconocido.

Qué curioso que toda esta situación haya pasado bastante desapercibida. Hay un hilo conductor invisible entre el caso de La manada y justificar las demandas de los incel. La cultura de la violación.

*Psicóloga social