Ni España es Yugoslavia ni Cataluña es Eslovenia ni Pedro Sánchez es Milosevic. Cualquier parecido de la España de hoy con la Yugoslavia de los noventa corresponde única y exclusivamente a los delirios etnicistas de Torra que, él sí, se da un aire con ese serbio que exaltó el racismo nacionalista hasta el baño de sangre que lo convirtió en El carnicero de los Balcanes. El president prendió la mecha de la eslovenización catalana y se encerró en Montserrat a hacer una dieta exprés. De haber empleado el tiempo en leer The Death of Yugoslavia o ver el documental del mismo título seguro que ya habría recapacitado sobre su llamamiento a la guerra. Eslovenia, dicen los autores del libro, enseñó a Europa que la guerra es la única forma de conseguir lo que se quiere, pero enseñó también que el efecto dominó que ejerce una guerra, por diminuta que sea, puede desarrollar las mayores atrocidades que nadie pudiera imaginar tras la caída del Muro. Eslovenia le importaba un carajo a Milosevic. Los eslovenos eran una etnia inferior que sí, exportaban mucho, pero gracias a la mano de obra y materias primas que procedían de otras repúblicas a precios artificialmente bajos. Cedió Milosevic y bendijo la Unión Europea en el acuerdo de Brioni mientras en Croacia se preparaba un genocidio que se extendió como la pólvora por los Balcanes, y que aún hoy nos llena de vergüenza y dolor a los europeos que no nos creemos superiores sobre cualquier otro grupo humano. Que un tipo como Torra es peligroso, ha dicho la vicepresidenta Calvo. A ver cómo y quién lo frena.

*Periodista