Este segundo artículo sobre las pensiones no es contradictorio con el anterior, aunque lo parezca, sino complementario. Cuando se habla sobre un asunto complejo como este hay que poner las dos posturas dialécticas una frente a otra, y elaborar una síntesis que sea justa y progresiva procesualmente. Aunque en este asunto quizás fuese más útil aplicar el pensamiento lateral frente al pensamiento lógico, pues los considerandos son abundantes y no todos susceptibles de la dialéctica. Con una postura demagógica no solo nos situamos en una perspectiva imposible sino que damos argumentos al contrario. Además, tras las manifestaciones callejeras queda lo más difícil: traducir políticamente el descontento que ha desencadenado la decisión de salir a la calle, lo que no es tarea fácil. En esa especie de ebriedad colectiva muchas veces se quiere todo. Pero eso, al final, es lo mismo que pedir nada, humo. Son los políticos los que deben dar forma a las exigencias de ese colectivo que ha mostrado su insatisfacción. Para cambiar las leyes está el Parlamento. Si la izquierda lo olvida, o lo desprecia, es muy posible que al final perdamos todos.

La respuesta del Gobierno de Rajoy a las pensiones ha sido vincular su subida a la aprobación del presupuesto para el año 2018. Parece una solución lógica. Sin presupuesto no hay modificación posible en gastos ni ingresos. En segundo lugar, ha propuesto la subida de las pensiones más bajas. También parece lógico. Para redondear la cuestión solo tendría que haber añadido la puesta en marcha del Pacto de Toledo para hablar de la justicia y de la sostenibilidad del futuro sistema de pensiones. Hay que tener en cuenta que el todo o nada no es una solución, sino que todo proceso requiere de una orientación correcta en la que ir modulando los incrementos en función de las posibilidades.

Veamos algunas características de nuestro sistema de pensiones para así poder entender mejor su dificultad.

1. La primera cuestión que debe quedar clara es cómo es nuestro sistema de pensiones en comparación con el de otros países. Y observamos que la tasa de reposición española (la relación entre la pensión inicial y el salario antes de la jubilación) es del 72% frente al 56% de Suecia y el 38% de Alemania. Lo que nos conduce a una primera reflexión sobre la generosidad del sistema español de pensiones, al menos en lo que respecta a los salarios altos. No así respecto a los salarios bajos. Además hay que tener en cuenta que la tipología de las pensiones es muy variopinta. Algunas ni son técnicamente pensiones sino actos de solidaridad que el conjunto de los pensionistas tiene con aquellos que no han cotizado un mínimo a lo largo de su vida laboral. Por lo que no tiene sentido mezclar todas las pensiones en un totum revolutum.

2. Una segunda cuestión. La propuesta del PSOE de ligar las pensiones al IPC incrementaría el gasto en 1.600 millones al año. Y el Ministerio de Empleo calcula que España debería crecer 30 años al 4,2% (lo que es imposible) para poder subir siempre las pensiones con el IPC. Por lo que algunos expertos aconsejan no volver a vincular todas las pensiones al IPC. Asunto central en toda discusión sobre las pensiones, pues en una caja única no hay suma cero, sino que todo debe ser compensado en ingresos y gastos.

3. El déficit del sistema el año pasado rondará los 19.000 millones o un 1,6% del PIB. Aunque se trata de una cifra elevada, está todavía dentro de lo manejable. Lo peligroso sería que el déficit se disparase en el futuro si abandonamos los esfuerzos que se han hecho en los últimos años para contener el gasto, tanto por parte de Gobiernos del PP como del PSOE. Aquí entramos en cómo diseñar una política de rentas más justa y en una priorización de gastos más beneficiosa para los sectores más débiles. Eso sí, siempre con la cultura del trabajo y esfuerzo como elemento distribuidor.

4. ¿Es viable nuestro sistema de pensiones? Debe ser viable. Pero necesitará ciertos ajustes para capear una situación demográfica complicada. No hay riesgo de que nos quedemos sin pensiones públicas, pero esas pensiones tendrán que ser algo menos generosas en relación a los salarios durante las próximas dos o tres décadas. Hasta que la pirámide de población española vuelva a la normalidad, pues tras la brusca caída de la natalidad, cada vez habrá menos personas trabajando para pagar cada pensión.

En definitiva, nuestras autoridades han declarado que lo que se pretende es acompasar la actualización de las pensiones a la marcha de la economía. Ojalá fuese verdad, pero siempre desde una perspectiva de justicia y progresividad. Porque cuando hablamos de la positiva marcha de la economía hay que hablar de cantidad y calidad. La famosa precarización de los puestos de trabajo y sus raquíticos sueldos no puede ser el final de la crisis. Eso sería un fracaso general.

*Profesor de Filosofía