Durante estos días aciagos, cuando la cuenta atrás se hace interminable y los plazos de confinamiento se prorrogan con amarga inclemencia, cobran especial valor esas pequeñas cosas cotidianas que nos hacen más llevadera la existencia. Como esa ovación colectiva y multitudinaria que despide la tarde, homenaje a quienes se entregan hasta la extenuación y ponen en riesgo su propia vida por salvaguardar la nuestra. A las ocho despedimos el día y nos saludamos de ventana a ventana, intercambiando miradas y sonrisas de complicidad; despedimos también a los que ya no están, ausencias algunas íntimas y especialmente dolorosas; otras comunes y reconocidas, como la de Luis Eduardo Aute, cuyo resplandor aún nos iluminaba desde la década prodigiosa de los 60. Aute fue toda una referencia en el mundo de las artes, por más que fuera reconocido sobre todo como cantautor. En estos días sombríos es importante recordar en todo momento que no existe sombra sin luz. Hoy, el resplandor de la cultura parpadea vacilante, ante la feroz crueldad de una crisis sanitaria que establece prioridades inapelables y unas secuelas económicas de pavorosa incertidumbre, de cuya factura pocos se han de librar.

La cancelación de eventos muy significados silencia la de otros menos llamativos pero quizá más próximos, como el Día y la Feria del Libro: ambas fiestas tornarán y lo harán, seguro, con mayor fuerza que nunca. Mientras internet acerca el libro a los lectores recluidos, ha sido muy reconfortador escuchar la voz de Lambán solicitando a Sánchez protección para la industria cultural, sector olvidado en cualquier crisis que se precie, como la de 2008. ¿Hemos aprendido algo de los errores cometidos entonces? Por desgracia, no abundan los mandatarios amantes de la cultura, como también lo fue antaño José Ángel Biel.

*Escritora