La mal llamada nueva normalidad se extiende por toda la realidad aragonesa como un soplo de aire fresco tras un verano crítico. Y tan crítico que hasta se rozó la decisión extrema -por necesidad epidemiológica- de confinar Zaragoza cuando el ritmo de contagios nos situaba al nivel de Bergamo a principios de marzo.

La capital, y su entorno metropolitano junto a la comarca del Bajo Aragón y el Bajo Cinca, abrían los informativos nacionales por ser la zona con más contagios de Europa. E incluso al ritmo de las regiones más asediadas por el virus. Pero ya no.

La curva se ha doblegado tras dos meses inquietantes de tránsito por el desierto del desasosiego pandémico. Aragón ha sabido cómo frenarla, y con éxito. El Gobierno de Javier Lambán definió una estrategia acertada: una buena divulgación sanitaria, una sincera concienciación ciudadana y una labrada comunicación con otras instituciones, especialmente con la ciudad de Zaragoza.

Aragón no dudó, ni un instante, en que podría doblegar la curva con tesón mientras el resto del país gozaba de un sorprendente silencio mediático. La única comunidad capaz en la segunda ola tras un esfuerzo ingente con grandes dosis de aprendizaje.

Una curva que, a principios de agosto, nos situaba con una mortalidad cercana al 25% del peor pico de fallecidos de la pandemia. Y para ello, Aragón ha tenido que detectar -como nadie- el triple de casos que en la primera ola.

Un aplanamiento de la curva que se ha hecho sin un confinamiento parcial en ningún municipio, con importantes restricciones a la libertad ciudadana, sin ninguna ayuda del Gobierno de España, con la apertura de cuatro centros covid, con las uci ocupadas al 70%, con la implantación de un hospital de campaña, con una carpa de triaje en el párquing del Hospital Clínico de Zaragoza y con el trabajo incansable de los profesionales sanitarios que están al borde de la fractura.

O lo que es aún más importante: con la unidad de todos los agentes sociales de la comunidad sin caer en extremismos ni pecando de extravagancias. Sabemos que se puede doblegar la curva, y eso es una pequeña grieta de esperanza para lo que está por venir.

Sin apaciguar la difícil situación epidemiológica que vive el país, Aragón ha sabido encontrar la luz al final del túnel. Es cierto que desconocemos cuándo la alcanzaremos, o si los nuestros lograrán llegar a ella. Pero es un pequeño respiro entre tanta incertidumbre. H