Allá por las resecas tierras levantinas, en pleno estío y estiaje, el autobús del trasvase ha partido con su cargamento de engominados cruzados, todos con el pantalón por el ombligo y la camisa bordada, prestos a predicar a gritos la doctrina del agua para todos .

Sus popes, los Valcárcel, Camps, Acebes, Rajoy y compañía, se irán sumando a la falange del bus en lugares escogidos, estratégicas plazas donde los populares en apostolado hidráulico desembarcarán de su rodante fortaleza publicitaria para impartir mandobles y mítines contra Zapatero, Maragall y esos tercos aragoneses que les han robado el agua de beber y de regar el golf.

Por ahora, se ignora en qué estación se subirá José María Aznar, quien, a lo mejor, cómo saberlo, también se llevaría a su casa, a la nueva urba , además de los papeles del espionaje del 11-M y de la pista de pádel de Moncloa que le regaló el pelota de Plácido Domingo, los planos del trasvase. Habría que preguntarle a Ana Botella si los ha visto por el salón, entre las fotos de Bush. Tampoco se sabe, volviendo a la cruzada levantina, en qué punto el autobús del trasvase recogerá a Gustavo Alcalde, su quintacolumnista en Aragón, el bravo y aguerrido templario en el que aún confían para tirar la tubería Tortosa abajo.

El tácito apoyo de los conservadores aragoneses a esta nueva campaña trasvasista lo es también a esa singular teoría que enarbola el expolio del agua como ejemplo de solidaridad interterritorial.

Desde que Luis Acín dio la campanada, ni una sola voz entre la derecha aragonesa se ha alzado para desmentir, siquiera matizar, esta autoritaria y maximalista postura, rechazada por el Parlamento europeo y por el Congreso español, entre una larga serie de instituciones, entidades y organizaciones de toda índole. Y quien no calla, otorga.

La campaña del PP a favor de su ya extinguido, e ilegal, Plan Hidrológico, ha tenido una inmediata respuesta en Castilla-La Mancha, territorio sociata.

Allá, entretenido Bono en las guerras del mundo, gobierna su sucesor, José María Barreda. Quien, a la vista de la voracidad hídrica de sus vecinos, se ha apresurado a afirmar que al trasvase Tajo-Segura, vigente, hay que ponerle fecha de caducidad. En otras palabras, que las autoridades manchegas empiezan a cuestionar seriamente el regalo de sus aguas a Murcia y a Valencia. A lo mejor Valcárcel, el oligarca murciano, se queda al final sin lo comido ni lo servido. Sin el Ebro y sin el Tajo, y casi sin trabajo.

Sin embargo, abierto este nuevo e inopinado frente, la ministra Narbona, con el apoyo de los socialistas valencianos, se ha apresurado a tranquilizar a las cuencas receptoras. Las aguas del Tajo, según la titular de Medio Ambiente, seguirán fertilizando las vegas del Segura, los secarrales de Aguilas, el huerto de Mazarrón. Y a eso, en la costa, habrá que sumar desaladoras.

Ni desde el gobierno ni desde el Partido Socialista se ha considerado siquiera la posibilidad de complacer a Barreda. No es, con el Ebro de cuerpo presente, momento, pero el primer paso para tumbar el trasvase Tajo-Segura ha sido dado, y otras vistas, y caceroladas y huelgas, nos deparará este pleito recién.

*Escritor y periodista