Ay, ay, ay, la que se puede armar. Las dinastías políticas en los núcleos de poder, igual que las regencias en los reinos, no son un buen negocio. Mitterrand sabía mucho de esto, y cuando nombró ministra a Sègolène Royal y ella intentó camuflar a su pareja, François Hollande, en el Gobierno francés, el presidente se negó en redondo: «No quiero parejas en el Consejo de Ministros». Con algunas excepciones (desde Ceaucescu a Perón pasando por Kirchner), esta máxima la han aplicado a rajatabla presidentes, ejecutivos, directivos y tantos otros mandamases que saben que las relaciones sentimentales son un arma de doble filo en los centros donde se toman decisiones importantes. Se ve que a Pedro Sánchez no le inquieta que las vidas privadas de sus ministros se entrometan en el salón de ministros de La Moncloa. Pero debería inquietarle, porque la salida de Pablo Iglesias en defensa de su mujer acusando al ministro de Justicia de «machista frustrado», podría acabar en un duelo entre Irene Montero y Meritxell Battet. Y todo porque el ministro de Justicia, doctor en Derecho y juez, ha enmendado varios artículos de la Ley de libertad sexual que, por lo que filtran desde el ministerio, es una chapuza jurídica y política. Cuando se pone en plan macho alfa Pablo Iglesias suele perder los papeles, como acaba de demostrar a sabiendas de que podía abrir una brecha en el Gobierno de coalición. O como demostró con aquella ridícula cartelería cuando volvió al trabajo tras su baja paternal. O cuando tuteló a la ministra de Trabajo en su comparecencia sobre la crisis del campo, o con aquel infame ataque a una periodista a la que quería azotar hasta hacerla sangrar. En fin, que Sánchez tendrá que echar mano del lorazepam si quiere dormir, aunque no hay crisis gubernamental que no pueda diluir la ministra de Igualdad amamantando a su hija en el puesto de trabajo. Los pone tan blanditos… .

*Periodista