A los políticos les cuesta pedir perdón. Mucho, de hecho. Tan es así que, cuando lo hacen, hay noticia. La protagonizó el pasado fin de semana la reelegida presidenta del PP vasco, Arantza Quiroga. Tras dejarse algún pelo en la gatera a cuenta de la designación de su número dos y obtener un respaldo significativamente bajo para lo que se acostumbra en este tipo de foros --un 72%--, la dirigente conservadora se disculpó por "haber dañado la imagen" del partido. Mientras, aquí en casa, el próximo candidato del PSOE a las elecciones autonómicas, Javier Lambán, ponía especial empeño en destacar que la aragonesa se cuenta entre las federaciones socialistas "más cohesionadas" de España. Su argumento, que no habrá primarias. Ambos casos revelan el miedo cerval del que son presa algunas formaciones políticas a la hora de desnudarse ante un electorado desencantado. Sus responsables creen que cala más un mensaje sin fisuras que lo contrario. Pero ni ellos ni los numerosos expertos en márketing que les rodean han entendido que la discrepancia y el debate interno venden. Aunque solo sea porque el disentimiento y, en suma, la imperfección forman parte de la naturaleza humana. Nuestros representantes podrían mirarse en los superhéroes de cómic. Para hacerlos más atractivos, sus creadores les dotaron de poderes extraordinarios, sí. Pero sus álter ego no han dejado de exhibir nunca una cautivadora torpeza. ¿Cómo iba a contar Superman con tantos adeptos, si Clark Kent no se comportara como un pato? Periodista