La política exterior del último Gobierno de Aznar respecto del Reino de Marruecos fue la de crear tensiones innecesarias --como la retirada de embajadores o la crisis de Perejil-- con un país vecino con el que España comparte intereses económicos y desafíos tan esenciales como la inmigración o el terrorismo islamista, sin olvidar los contenciosos de Ceuta y Melilla y del Sáhara Occidental. En el apartado de política exterior del programa electoral, el PSOE se fijaba como objetivo "reconstituir unas relaciones saneadas" con Marruecos. Los primeros pasos ya se han dado con el nuevo enfoque del Ministerio de Asuntos Exteriores en la cuestión del Sáhara y con la decisión simbólica de actuar conjuntamente en la misión humanitaria de la ONU en Haití.

La participación conjunta en las últimas maniobras de la OTAN y el futuro envío de tropas de ambos países al Caribe, bajo mando español, muestra la intención de reforzar las acciones coordinadas en favor de la paz. Esta decisión constituye, por tanto, el inicio de una nueva etapa de la que cabe esperar que las diferencias hispano-marroquís se canalicen a través del diálogo y la acción política, dejando definitivamente en vía muerta las acciones de fuerza.