Otros años en estas fechas de supuesta baja intensidad política son frecuentes la aparición de serpientes de verano sobre temas irrelevantes para tenernos entretenidos, pero esta vez parece que no serán necesarias. Nos sobran escenas veraniegas cargadas de sofoco y bochorno. La última puesta en escena en Murcia a propósito de la investidura del popular López Miras es vergonzosa en sí misma, pero seguramente no será la última. Es probable que la siguiente sea en la Comunidad de Madrid. Al tiempo. Capítulo aparte merece Aragón, claro, donde cuesta creer que Podemos quiera hacer las cosas aún peor que Cs.

En general, sube la temperatura marcando récords en los termómetros mientras la política no deja de degradarse y diluirse en una maraña creciente de susceptibilidades personales y de bravatas sonrojantes. Se espera no solo de los adversarios sino también de los socios que se desgasten y se desplomen solitos como único camino del éxito propio. Hace tiempo que Cs sabe que necesita a Vox y no hubo tanto problema en Andalucía. Que sigan persiguiendo la cuadratura del círculo, la apariencia de que solo pactan con el PP, es una aspiración imposible. Solo hay que mirar los números. Seguro que finalmente encontrarán la manera de emboscarlo, la cuestión es cuántos jirones (y caretas) se dejarán por el camino.

No es muy diferente la situación en el bloque progresista. No ha habido más cambios desde el 28-A excepto que cobran desde el 21 de mayo por algo que no están haciendo. Saben desde entonces o, mejor dicho, desde la moción de censura y la presentación de aquellos presupuestos fallidos en los que estaban de acuerdo, cuáles eran los temas espinosos que había que concretar y qué apoyos había que trabajarse. Este juego de citas, contracitas y desplantes no va a coger a nadie despistado. Si acaso, alargar los plazos o desaprovecharlos pondrá en peligro la oportunidad de que el país tenga un gobierno de vocación social. En su ceguera, tienen donde mirar. Portugal, por ejemplo.

No va más. Hasta aquí la democracia. Después está el plan B, el soterrado, ese que marca la CEOE cuando dice que no vería mal una repetición electoral para tener, lo que ellos llaman, un «país más estable y tranquilo». Pues muy bien. Que conste que en contra de lo que muchos pregonan, votar no da pereza. Al contrario. Lo que desquicia son los auténticos e interesados motivos por los que quieren empujarnos otra vez a las urnas. H Periodista