El periodismo da en estos momentos muestras tan inequívocas de debilidad que produce una mezcla de decepción e impotencia. No tanto por las decisiones personales, que son libres, como por el mensaje de desamparo que se manda a la sociedad desde un sector que tiene nada menos que el compromiso de informar sobre lo que ocurre en esta. Las consecuencias de la crisis que sufre el gremio no es tanto la pérdida de la objetividad periodística, que en sentido riguroso no existe porque ni los periodistas ni los protagonistas de las noticias ni el público son objetos, sino sujetos, como la falta de la subjetividad necesaria para tener una información plural y seria. Por eso, quienes jalean la compra o la salida de un medio o periodista del panorama mediático solo le hacen el juego a quienes se sienten amenazados por este, que son quienes nos gobiernan. De Pedro J. Ramírez se podrán cuestionar muchas cosas, pero de lo que no cabe duda es que en los 25 años que ha dirigido El Mundo ha sacudido las alfombras de unos y otros gobiernos. Por ello, al margen de causas económicas, tampoco resulta fácil desligar su marcha de las noticias que ha publicado del actual Ejecutivo o sobre la Monarquía, entre otros lobbies de poder, que ahora se quitan un peso de encima. La espada de Damocles, que en la leyenda griega pendía de un pelo sobre la cabeza del gobernante, se desvirtúa cuando se coloca sobre el pueblo o sobre quienes ejercen funciones intermedias, incluso cuando el carácter adulador de estos, como ocurre en ambas historias, puede hacernos confundir sus papeles. Más que nada porque al margen de aversiones concretas, en ese caso se blinda a quien ostenta el poder y se desprotege al resto. Periodista y profesor