Desde que el pasado día 13 de enero saltara la noticia de que un niño de dos años había caído en un estrecho pozo excavado en una finca de la localidad andaluza de Totalán, muchos españoles han vivido con el corazón en un puño hasta que el pasado sábado se produjera el esperado rescate de su cuerpo sin vida. Durante esos 13 días se ha movilizado un gran caudal de solidaridad en torno a la familia, en forma de trabajo voluntario y disposición de recursos, para hacer todo lo humanamente posible por salvar al pequeño Julen. Todo ello, en medio de una cobertura mediática sin precedentes que ha llevado a decenas de periodistas y cámaras a la serranía malagueña, con un seguimiento casi al minuto por parte de digitales y televisiones.

Una vez más, se plantea la vieja pregunta de cuáles son los límites de la información y de cuál es el papel de los periodistas en estos casos. Con todo, en una profesión que tiene entre sus principales cometidos el ejercicio de la crítica sobre otras instancias de la sociedad, la primera reacción frente a cuestionamientos externos difiere muy poco de la del resto: defensa más o menos cerrada de signo corporativo. En el fondo, se trata de la naturaleza humana, aunque todos los periodistas no somos iguales (como tampoco lo son todos los profesores, todos los políticos o todos los dentistas, por poner tres ejemplos parangonables).

No valen pues los juicios generales tan al uso en formatos de talk show o en la dialéctica de las tertulias, donde cada uno cabalga como puede entre la información y el entretenimiento.

Ahora bien, todo ello no impide al periodismo en particular y a la sociedad en general reflexionar sobre las preguntas que se plantean. A saber: ¿qué atención merece un suceso?, ¿cuáles son los límites éticos de su cobertura? y ¿qué condicionantes externos se producen?, entre otras. En realidad, una de las primeras lecciones que aprende el reportero novato es la estrecha relación de su trabajo con la muerte -ya sea en forma de accidentes de tráfico, conflictos armados o atentados terroristas-, así como el valor relativo de cada vida en función de las circunstancias en que se pierde (cercanía, relevancia o número de afectados). Pues bien: sin lugar a dudas, la corta edad del niño y las dramáticas condiciones del accidente, que han despertado la angustia entre millones de padres y madres, han sido esenciales para la movilización coordinada de periodismo y sociedad.

Pero junto a toda esta empatía concurren otros elementos que no pueden ni deben ser pasados por alto. Así, además del tremendo peso de la televisión y de la cultura visual en nuestras sociedades, con una inclinación al voyeurismo más descarado, este ha sido uno de los primeros casos de retransmisión digital de una información no deportiva en la que los periódicos han apostado por habilitar un espacio en sus ediciones digitales que debían alimentar con noticias de último minuto y dudoso interés -como el avance centímetro a centímetro por cada estrato de roca-, en una lógica más cercana al espectáculo que a la información.

En ‘Últimas noticias’ sobre el periodismo, el profesor y periodista italiano Furio Colombo advertía ya en 1995 del «desplazamiento de campo» que ha subsumido al periodismo dentro de la poderosa industria del tiempo libre, con la pérdida de autoridad y credibilidad como principales consecuencias de esta deriva. La alternativa, añadía, es «volver a recuperar el elevado espacio de notario-avalador de acontecimientos comprobados, de fuentes identificadas, de razones conocidas, de reconstrucciones independientes». (En realidad, nada muy distinto de lo que nos decía Santiago Benito a los novatos que caíamos en la sección de Comarcas del Diario del Alto Aragón por esas mismas fechas). Eso y «escaso espectáculo» -volviendo con Colombo-, podrían con el tiempo «reconstruir las relaciones de respeto, la investidura de confianza del público y de cautela de poderes que no son -en los tiempos que corren- el aspecto más típico y difundido del modo de hacer periodismo».

*Periodista