Esto solo pasa en España, dice la gente de orden ante cualquier cosa que les incomoda o asusta. ¿Solo? No me hagan reír. Resulta, por ejemplo, que Irlanda, Holanda y Dinamarca ya han decidido prohibir en 2030 la venta de automóviles que consuman combustibles hidrocarburos. No en 2040, como pretende hacer nuestro Gobierno, sino diez años antes. Los noruegos se adelantan: en 2025 ya no se venderán allí coches a gasóil o gasolina. ¡Anda!, podrán pensar ahora quienes mejor y con más entusasmo consumen los argumentarios conservadores, ¡pero si Noruega es productora de petróleo! ¿Están locos, o qué, estos vikingos?

Es lo que hay, suele decirse. Todo el orbe civilizado cuenta con poner fin, allá por el 2050, al consumo de combustibles fósiles. La tecnología evoluciona a gran velocidad y dispone de alternativas que en diez o veinte años incrementarán exponencialmente su eficacia y rentabilidad. Vamos a un futuro de coches eléctricos, energía producida por métodos sostenibles... y muchas bicicletas. En Noruega, precisamente, hace años que los fondos públicos obtenidos del petróleo van directamente a inversiones en renovables. El país fue líder en el desarrollo de procedimientos para la extracción de crudo desde plataformas marinas, pero ahora trabaja intensamente en el diseño de turbinas para aprovechar la fuerza de las mareas y el oleaje.

Alemania está invirtiendo miles de millones en investigación vinculada a la inteligencia artificial, los motores eléctricos y las próximas generaciones de automóviles. Y por eso, cuando los fabricantes de coches lamentan las consecuencias de anuncios como el que ha hecho ahora el Gobierno español, no es que no tengan planificado el futuro, que por supuesto; es que se disponen a pedir dinero público para sus nuevas factorías y la venta de sus futuros cacharros no contaminantes.

Hay que ser muy bruto para no entender lo que pasa. Ya sé que entre nosotros el radicalismo ideológico hace estragos. Pero deberíamos estar más espabilados. Que parecemos de la Arabia Saudí, oye.