Hay países en los que cuando ningún partido político obtiene la mayoría absoluta, se convoca una segunda vuelta a la que concurren las coaliciones integradas por los dos partidos que más votos obtuvieron en las elecciones. En otros países, es obligatorio que gobiernen los partidos que han ganado las elecciones, y si éstos no logran apoyos suficientes de otros grupos cuando no tienen mayoría absoluta, se repiten las elecciones. También hay algunos países, entre los que se encuentra España, donde se permite que gobierne el partido que más apoyos consiga de otros partidos perdedores, después de haberse repartido las prebendas y los cargos en maratonianas reuniones, realizadas siempre a espaldas de los votantes.

Todo el mundo sabe que no se ha inventado todavía la democracia perfecta, pero también es de sobra conocido que hay democracias más imperfectas que otras. De los tres modelos que he citado en el párrafo anterior, no resulta nada complicado percatarse de que el primero es menos imperfecto que el segundo, ya que en esos países los votantes conocen esas coaliciones antes de votar en la segunda vuelta. El segundo modelo es más imperfecto que el primero, pero menos que el tercero, ya que al menos se obliga a que gobiernen los partidos más votados. Y, por supuesto, el más imperfecto de los tres modelos es el español, ya que se permite a los partidos políticos comerciar con los votos a espaldas de los votantes.

No me considero politólogo. Solo soy una persona vulgar y corriente, muy preocupada por los avatares políticos del país en que nací y en el que vivo. Por lo tanto, no esperen de mí que lleve a cabo profundos y complicados análisis teóricos para demostrar que la legislación española contribuye de manera explícita a pervertir la democracia. ¿Qué otro calificativo se puede asignar a un sistema político que permite que una persona vote a un determinado partido y que después, por el hecho de no haber obtenido mayoría absoluta, sus dirigentes acaben negociando con los del partido al que esa persona no votó, bien sea por no estar de acuerdo con su programa, o simplemente porque le caen mal sus jefazos? Es cierto que hay muchos modos de pervertir la democracia, pero yo creo que el modelo español es el que más facilita la perversión.

En las últimas elecciones de ámbito nacional, regional y local ha habido dos partidos políticos que han perdido miles de votos por comparación a los que obtuvieron en las elecciones anteriores del mismo ámbito: el Partido Popular y Podemos. Sin embargo, con la ley electoral española es posible que ambos alcancen grandes cotas de poder en los próximos meses y que gobiernen durante cuatro años. El antecedente más inmediato de un pacto entre partidos perdedores está en Andalucía. El PP logró el gobierno de esa importante región, justo después de unas elecciones en las que obtuvo el menor número de votos de los últimos 30 años, mientras que el partido ganador (el PSOE) pasó a la oposición.

Lo menos importante es que este perverso sistema electoral que tenemos perjudique a uno o a otro grupo político. Es cierto que en los últimos procesos electorales, el partido más perjudicado ha sido el socialista, pero en otras ocasiones ha sido el popular. Lo más importante y grave es que la ley permita a los partidos políticos comerciar con los votos de los electores sin tener la obligación de pedirles su consentimiento. Alguien puede decir que lo normal es que esos votantes frustrados no voten en las próximas elecciones al partido al que le regalaron sus votos. Ese castigo en diferido ocurre con frecuencia y es lo que explica, entre otras razones, las subidas y bajadas de unos y otros grupos políticos. Pero esa posibilidad no es un argumento suficiente para justificar la baja calidad democrática de nuestro sistema electoral. Que yo sepa, todos los politólogos coinciden en afirmar que un sistema político en el que la única participación de las personas consiste en otorgar su voto a uno o a otro partido cada cuatro o cinco años tiene bastante poco de democrático.

Por regla general, se suele echar la culpa de la imperfección de nuestro sistema democrático a los gerifaltes de los partidos políticos y no les falta razón a quienes así lo hacen, ya que los que solo recogen algunas migajas en este juego democrático se quejan de la injusto del mismo y, en cambio, cuando obtienen alguna importante cuota de poder no hacen nada para cambiar el sistema.

La experiencia demuestra que conformarse con echarle la culpa a otros nunca resuelve el problema y que el único modo de resolverlo es haciendo cada cual lo que esté en su mano, aunque parezca una acción sin demasiado peso. Es obvio que hay muchas maneras de involucrarnos en la mejora de la calidad de nuestro sistema democrático, pero no me corresponde a mí aconsejar a nadie lo que debe hacer. A lo sumo, permítanme que termine este artículo con una pregunta: ¿Qué pasaría si la gente cabreada con este imperfecto sistema democrático dejara de votar? Saramago planteó esa posibilidad en su novela titulada Ensayo sobre la lucidez y la decisión colectiva de dejar de votar solo consiguió que continuaran gobernando los de siempre. Yo también planteé una situación parecida en mi novela titulada Mismos perros con distintos collares y el resultado fue que los partidos tradicionales perdieron el gobierno. Sin embargo, cuando tomaron el poder los antisistema, actuaron igual que lo llevaban haciendo cientos de años los que siempre habían ganado.

*Catedrático jubilado. Universidad de Zaragoza