En el Partido Socialista francés Hamon le ha ganado la partida a Valls. Militantes y simpatizantes (dos millones en la segunda vuelta) optaron por un inequívoco progresista antes que por el reformista pragmático apoyado por la cúpula y el aparato. Lo mismo que sucedió en el Labour Party británico, cuando las bases refrendaron a Corbyn por dos veces consecutivas. Se da por hecho que en España va a suceder algo similar y que Pedro Sánchez tiene las primarias en el bote (por eso remolonea tanto Susana Díaz); no porque sea el mejor candidato imaginable, sino porque los demás no cuelan (López tampoco). Y es que algo se mueve en la desbaratada izquierda, y se mueve sobre todo por un reflejo de supervivencia, una reacción automática ante el auge de la derecha radical. Con Trump firmando órdenes ejecutivas absolutamente reaccionarias, ya no hay margen para las dudas y las tonterías.

Claro que la confusión actual es aún considerable. El galo Hamon se ha impuesto en su partido, pero sus opciones electorales ante las futuras presidencias son mínimas. Baraja una alianza con Melanchon (izquierda-izquierda) y con los verdes. Pero está por ver si eso será posible. Peor está la cosa en España, donde PSOE y Podemos parecen condenados a no entenderse. Aunque... si fuesen Sánchez y Errejón los interlocutores, a lo mejor la cosa tomaba otro cariz.

Los trumps, mays y lepenes que ahora se frotan las manos son enemigos mortales de la democracia social. Lo malo es que tienen todas las de ganar si contra a ellos se alinea, en nombre de las oligarquías globalizadoras, un centroderecha habitualmente ultraliberal y corrupto o esa socialdemocracia burocratizada, entreguista y no menos corrupta. ¿No hubiese sido mejor enfrentar a Trumpo con el socialista Sanders y no con la desprestigiada Clinton?

Todavía hay mucha gente dispuesta a movilizarse contra la ultraderecha xenófoba y parafascista, que envuelve en demagogia barata su peligrosa propuesta agresiva y ultra nacionalista. Solo hace falta claridad, unidad y valor. Amén.