¿Recuerdan a Pedro Picapiedra y Pablo Mármol, los protagonistas de aquella famosa serie de dibujos de los 60, Los Picapiedra? Dos hombres de clase media que, continuamente, ponían en marcha ideas que nunca salían bien. Pues, como la realidad supera siempre a la ficción, el designio divino que escribe las líneas del guion de la vida real nos ha regalado dos personajes del mismo pelaje, e incluso con idénticos nombres: nuestros archiconocidos Pedro y Pablo, Sánchez e Iglesias, aunque en esta ocasión, quien la esté liando constantemente es el pequeñito de la coleta, y sea Pedro el grande quién asienta a las acciones del otro. Y es que nuestro presi siempre encuentra razones para apaciguar las meteduras de pata de su segundo de a bordo o para escabullirse de enjuiciar las jugadas de su socio, su supervice. El mismo que es capaz de liarla en 0,2, especialmente en los últimos días, cuando se ha dedicado a atacar de nuevo a la prensa. Qué un vicepresidente vea como «natural» que las personas «con presencia pública, con responsabilidades en empresas de comunicación o en política» sean sometidas «a la crítica y al insulto» en redes, que ese tipo de conductas sean, en su opinión, normales y parte del juego de la democracia, todo para tratar de justificar y amortiguar el revuelo que han ocasionado sus críticas mordaces hacia el trabajo de algunos profesionales de la comunicación como Vicente Vallés, que están denunciando su proceder en el caso Dina, no dice nada bueno de su persona. Señor Iglesias, deje de presentarse como víctima de las cloacas, que quién realmente acabará con usted no será «la ferocidad de los caños mediáticos de los poderes económicos» sino su propia torpeza humana y política.

*Periodista y Profesora de Universidad