Estaba el partido a punto de consumirse, con un apacible 3-0 en el marcador, y Raúl Agné ordenó el tercer cambio. En la tableta electrónica, el 10 de Javi Ros. Al campo, Jesús Valentín. De manera bastante unánime e instantánea, La Romareda enfureció contra la decisión del entrenador. Como dirían los clásicos, la pitada fue monumental. Retumbó durante los ocho minutos que quedaban por jugarse, en el post-partido, siguió resonando ayer y hoy todavía será tema de conversación, por mucho que sea un asunto anecdótico, solo con cierta carga de profundidad.

A la conclusión del encuentro, Agné justificó el cambio por las molestias musculares de Ros y la obligación profesional de no arriesgar con un hombre capital ahora mismo en el once. Y en la explicación estuvo la penitencia. La bronca del estadio no fue por el sustituido. Ni siquiera por que Samaras se quedara sin saltar al césped y el pueblo sin un poco de pan y circo con el encuentro ya resuelto, que por mucho que se quiera correr con él, el griego solo está para andar. Estuvo en la decisión de que el que entrara fuese un central con el encuentro cerrado y el resultado a favor más festivo en tiempo.

El mensaje de la afición al técnico fue nítido. No quiere ni por asomo que a Agné, que más que en el estadio seguramente pensó en preservar el cero en la portería propia, se le pase de nuevo por la cabeza recuperar aquella figura perversa en el centro del campo, con Valentín, un central, de por medio. Ni con un 3-0.