Si algo nos ha enseñado esta pandemia es que hay cosas que no entienden de fronteras, que aunque no se vean están ahí. Circulando, moviéndose a su aire. Y eso vale para los virus y para el cambio climático.

El Congreso acaba de aprobar la primera ley española de cambio climático y transición energética. Falta que pase por el Senado y, si no hay imprevistos, entrará en vigor en mayo. Se convertirá en realidad una demanda histórica de ecologistas, algunos sectores económicos y miles de ciudadanos en nuestro país. Después de décadas de retraso, las declaraciones de buena voluntad adquirirán rango normativo para cumplir con el marco internacional en la lucha contra el calentamiento global. Este asunto requiere también una actuación inaplazable ante lo que hace tiempo denominamos emergencia climática.

El objetivo principal de la ley española es reducir la emisión de gases de efecto invernadero, especialmente los producidos por la movilidad, que representan casi el 30% del total. También los generados por la actividad industrial, que superan el 20%. El horizonte es 2050. Alcanzar entonces la llamada neutralidad climática, es decir, que la cantidad de gases que emitimos sea la misma que retenemos gracias, por ejemplo, a nuestros bosques. Que, en definitiva, la cuenta de cero. Pocas pegas se le puede poner. La música suena bien. Veamos la letra.

Para llegar a esa meta se irán sustituyendo combustibles fósiles por energías limpias a un ritmo continuo. Se obligará a los municipios de más de 50.000 habitantes a convertir sus centros en zonas de bajas emisiones. Se prohibirá la venta de automóviles gasoil y gasolina más allá de 2040. Se potenciará el vehículo eléctrico. Se promoverá la construcción de viviendas con criterios de aprovechamiento energético. Se controlarán las emisiones generadas por la cabaña ganadera. Se descarbonizarán pueblos y economías locales. No resultará sencillo. He aquí el reto. A ver cómo hacen de la necesidad virtud para tener éxito.

No es empresa fácil. Por ello convendría implicar a todos los agentes, comprometer a los sectores afectados, unir las distintas sensibilidades políticas para dar una respuesta segura y estable a una preocupación mundial. No sería de recibo, en este ámbito también, acabar legislando al gusto del partido que alterna en Moncloa como sucede con la educación.

Es un tema serio que requiere ideas serias. Sobran afirmaciones como la que hizo un diputado de Vox durante el debate de esta ley: "Que se caliente un poquito el planeta evitará muertes por frío". No hay más preguntas, señoría. Cierre al salir.