La concentración en la Plaza de Oriente… digo de Colón no tuvo el carácter épico e histórico que imaginaron los convocantes. Fue una manifestación más, inferior en dimensiones a otras anteriores convocadas por sindicatos u organizaciones diversas. Claro que si aquellas convocatorias de adhesión al régimen de Franco frente al Palacio Real eran evaluadas por el NoDo en un millón o más de asistentes (donde solo cabían y caben cien mil personas), la cosa de ayer puede ser cuantificada a gusto del consumidor. De alguna forma tendrán que autojustificar lo extravagante de la escenificación, en la que Rivera, quieras que no, acabó retratándose junto a Abascal, Valls se negó a subir a la palestra y los periodistas afectos (¡qué papelón, colegas!) describieron como prueba de la traición de Sánchez a España... un lacito amarillo que Torra llevaba en la solapa cuando fue a Moncloa.

No quiero decir con esto que las derechas no puedan, por agregación, obtener mayorías en las próximas elecciones. Quizás les quepa la oportunidad de forjar «pactos de perdedores» incluyendo a Vox. Lo cual, por cierto, satisfará a Torra y los suyos, cuyo demencial empeño de confrontarse con la España ultraconservadora les acabará llevando a impedir la aprobación de los Presupuestos Generales, al alimón con sus homólogos españolistas. La simetría entre los patriotas centrífugos y centrípetos es ya clamorosa.

El presunto constitucionalismo de la derecha dura o extrema ha desembocado en un contradiós que pretende disimular con discursos incendiarios su impotencia para proponer una moción de censura, y ganarla. De ahí que Casado, el único que sonreía en Colón, presentándose como el pegamento de Vox con Cs, juegue a ser líder de una oposición a la venezolana. Solo que la concentración destinada a marcar un hito en la febril lucha conservadora por volver al poder (que de eso se trata y no de otra cosa) sería considerada en Caracas un modesto mitin para pasar el rato.

O sea, que no fue para tanto. Los españoles todavía razonamos.