Se acaba de estrenar Dumbo, bajo la dirección de Tim Burton. Una adaptación de la película animada de Walt Disney que llegó a las pantallas en 1941. Una historia, de sobras conocida, que nos habla del esfuerzo de superación frente a las adversidades. La verdad es que nuestro pequeño elefante de grandes orejas comienza mal en la vida. De inicio al entrañable paquidermo le llaman «tonto», traducción de la palabra inglesa dumb. Así que enseguida se le ocurrió a alguien patentar el «síndrome de Dumbo» para hablar de los miedos que sustentan nuestra falta de confianza para volar. Pero como la psicología es una disciplina científica, dicha denominación no tuvo éxito diagnóstico. Y eso que Disney lleva años amargando la infancia de diversas generaciones, a base de disgustos. No es casualidad que una treintena de sus personajes carezcan de padre, madre o de ambos. Sin duda el trauma de la muerte accidental de su madre, en la casa que el dibujante les regaló a sus padres con el dinero de sus primeros éxitos, ha pesado mucho en su vida… y en la nuestra. Pero esta desgracia maternal del genio de la animación, que nunca se perdonó, no le daba derecho a exprimir las emociones, de forma tan cruel, desgastando las glándulas lacrimales del personal. Eso sí, tendremos que reconocer que una parte del sustento económico de las consultas en psicoterapia quizás debamos agradecérselo a la muerte de la madre de Bambi. En todo caso, como buen cuento, Dumbo es una magnífica moraleja sobre la confianza, sea personal o colectiva.

La confianza es uno de esos conceptos que se puede definir de forma contradictoria. Hablamos de confianza como esperanza, cuando no hay ninguna señal objetiva que nos dé seguridad. Sólo nuestra creencia de que eso será así y no puede ni debe ser de otra manera. La fe, ciega por definición, es el máximo exponente de confianza como espera, por ejemplo de un supuesto más allá, de que algo ocurrirá en el sentido de nuestras creencias. Ese modelo de confianza, tan pasivo, deteriora el concepto socialmente más sólido de esta palabra. La confianza, en una segunda acepción más acertada, implica una seguridad contrastada objetivamente. Construimos mentalmente hipótesis a las que adjudicamos una probabilidad de ocurrencia. La alternativa que sea más probable será la que nos dé más garantía de confianza. Es lo que llamamos confiabilidad y que se puede cuantificar como una variable más en los comportamientos humanos. El único camino que nos lleva de la confianza como esperanza, a la confianza como seguridad y confiabilidad, es el aprendizaje, ya sea por entrenamiento o como fruto de la experiencia. Lo vemos en el deporte a menudo. De poco sirve confiar en los buenos resultados. Hay que trabajar duro y entrenar para que lleguen. Los éxitos no son consecuencia de la suerte. La suerte es la habilidad de aprovechar las ocasiones favorables, y eso se ensaya y se aprende.

De la misma manera funciona la sociedad en las elecciones. Quienes confíen en obtener unos buenos resultados, como esperanza, demuestran que son muy creyentes pero poco convincentes. En cambio, si las formaciones políticas consiguen trasladar su confiabilidad al electorado, harán que la ciudadanía invierta electoralmente en votos. Y este ha sido el gran problema de nuestro sistema democrático. Se intercambió confianza entre electores y elegidos, pero no hubo confiabilidad. Como respuesta, los votantes, desengañados y frustrados, buscan otras alternativas en las que, curiosamente, no confían, pero a las que pueden votar. Lo hacen porque confían en la desconfianza que expresan contra el resto de opciones, utilizando su respaldo como un medio para desestabilizar el propio sistema. Y así perdemos todos.

Para solucionar esto necesitamos un liderazgo político que conecte con la sociedad. De la misma manera que el ratón Timothy hizo con nuestro elefante. El pequeño roedor se convierte así en el auténtico protagonista de la película. Un líder confiable, con grandes recursos psicológicos, que ante la desmotivación de su gran amigo le hace ver que una sencilla pluma le puede hacer volar. Lo que se convierte en una terapia útil y eficaz para conseguir que Dumbo recupere la confianza en sus posibilidades reales y vuele de nuevo, incluso sin la pluma, gracias a sus orejas. El reto de esta próxima campaña electoral será conocer a nuestro, ya español, ratón Timoteo. Ese pequeño gran líder que sea capaz de hacernos ver que un voto puede ser la pluma que nos devuelva la capacidad de volar. De poder trabajar, disfrutar y vivir dignamente en igualdad, con más derechos, en un futuro mejor. Es decir de ser un poco más felices. Eso sí, sin olvidar que lo que de verdad nos hace libres son las enormes orejas de participación de una democracia confiable.

*Psicólogo y escritor