No sé cuantos están dispuestos a dejarse caer por este tobogán sin fin de las malas noticias, de la desesperanza y la inevitabilidad de nuestro destino, pero yo me resisto porque nos va la integridad psíquica en ello.

Es evidente que ha habido numerosos fallos en la gestión del coronavirus y dificultades en la política de vacunación, más por inocencia que por inoperancia, en este último caso. Es cierto que la sobreactuación política produce una pereza infinita y que las crisis que se nos presentan por delante parecen inasumibles, pero desde el desaliento no se crea nada. La negatividad no construye proyectos, une en la queja, pero se descompone en la resolución de conflictos. El conjunto de agoreros que se empeñan en ver solo los malos datos o en señalar los atrasos y disfuncionalidades del sistema no es que ofrezcan una salida ilusionante ni siquiera una disposición colaborativa que ofrezca alternativas. Pero el desánimo es pegajoso y se nos va enganchando paso a paso como el clásico blandibu reconvertido ahora en slime. Los cenizos tradicionales siguen siendo los mismos y en la salida de este asfixiante invierno siguen ocupados en los riesgos de cualquier actuación y a la vez en los peligros del inmovilismo.

Esta semana el presidente del Gobierno comparecía en el Congreso, se hacen largos los silencios intermitentes del jefe del ejecutivo, y lo hacía con un discurso con propuestas de salida, como los 11.000 millones en ayudas para los sectores más afectados por el parón económico, tarde o insuficientes probablemente, pero retomar el liderazgo en la dirección política es una necesidad perentoria. Si bien el líder no existe sin equipo, la jerarquía no ha desaparecido ni se reparte de manera más transversal. El líder personifica y resume, lo vemos claramente en otros dirigentes extranjeros, pero nos cuesta más apreciarlo en territorio propio.

Que se retome el diálogo entre los líderes del PSOE y de Podemos no es más que una buena noticia, la interlocución entre Sánchez y Casado para la renovación de los órganos constitucionales nos devuelve la esperanza de la normalización institucional. Vamos dando pasos a pesar de todas las dificultades y de nuestras propias expectativas que nos pueden llevar al comienzo de las frustraciones políticas. Seguir andando con una sombra continua que nos impide levantar la cabeza, nos hará tropezar más. No se trata de optimismo infantilista sino de rasmia, que en este territorio conocemos bien.