Nunca en la historia de la democracia española se había registrado un fenómeno como el que está protagonizando Podemos. Nunca una fuerza política con tan poco recorrido a sus espaldas y con una sola comparecencia electoral --los comicios europeos del último mes de mayo-- había generado tanta expectación, traducida en esperanzas para muchos e inquietud para otros, menos numerosos pero más poderosos. Y es que tampoco nunca en la España posterior a 1977 la situación política había alcanzado un deterioro como el actual, que lleva a la mayoría de expertos a dar por amortizado el sistema y plantear la necesidad urgente de reformarlo a fondo. Es por eso que, más allá de los indudables méritos del grupo que lidera Pablo Iglesias, la eclosión electoral que le vaticinan todos los estudios demoscópicos tiene una relación directa con la incapacidad de los partidos tradicionales para dar respuestas a la crisis del modelo de representación política emanado de la transición y consagrado en la Constitución. Una crisis que, unida a la económica y a la corrupción rampante, ha distanciado peligrosamente a los ciudadanos de quienes deben actuar en su nombre en las instituciones.

CONVULSIÓN POLÍTICA

La irrupción de Podemos fue vista con un regocijo poco disimulado por el PP, que creía que eso acabaría de debilitar a un PSOE que se encuentra en su peor momento. Pero el continuado ascenso de Podemos en las encuestas indica claramente que el ensanchamiento de su base sociológica se debe a que también concita numerosas simpatías entre votantes tradicionales del PP. Algunas encuestas incluso le dan como ganador, tanto en voto directo como estimado, en unas elecciones generales, lo que sería una convulsión política de enorme magnitud. Pero la respuesta de quienes temen esa posibilidad --hoy por hoy, una simple hipótesis especulativa-- no puede consistir en descalificar genéricamente a Podemos acusándolo de populismo, sino en intentar recuperar la confianza ciudadana perdida. Es decir, deben ser propositivos en lugar de reactivos, porque el discurso del catastrofismo ya no puede generar adhesiones.

En todo caso, eso no exonera a Podemos de la obligación de que sus propuestas sean claras, creíbles y realizables. No es lo mismo la ilusión que la utopía.