Necesita Pablo Iglesias vivir instalado en el conflicto para su propia supervivencia. Su desmedido afán de protagonismo y egolatría, común a muchos que tienen vocación de liderazgo político es en sí una estrategia, aunque es dudoso que sea rentable a medio plazo. Se podría mirar en Albert Rivera para intuir por dónde van los tiros.

Iglesias lleva días repitiendo con insistente tozudez que en España no hay normalidad democrática, cuando no hay mayor indicio de que existe que su presencia en el Consejo de Ministros. Iglesias necesita enemigos, señalar a quien discrepa, desacreditar a instituciones (muchas bajo su control) depurar adversarios internos y crear una estructura de poder que se erige en la nueva inquisición de la ética y la moral ajena. Al fascismo que dice combatir se le hace frente con inteligencia, y no azuzándolo como a las alimañas, porque estas se envalentonan y las consecuencias pueden ser funestas. Instalarse en el conflicto, y más cuando se gobierna, solo puede generar una reacción hostil que ya está en el Congreso y está ganando las plazas, esas que un día ocupó el efímero 15-M embrión de Podemos. Aquel descontento de la Puerta del Sol se ha trasladado a la plaza de Colón y la calle Príncipe de Vergara. Unos y otros comparten estrategias comunicativas, con similares órganos de propaganda y legiones de 'trolls' dispuestas a esparcir la furia.

Veterano

Iglesias, que por cierto es ya el más veterano de los dirigentes políticos estatales, debería ser consciente de que la democracia lo ha puesto donde él quería para revocar las múltiples imperfecciones que denunciaba y con las que logró ilusionar a millones de ciudadanos que poco a poco se han ido bajando del barco por iniciativa propia. Considerar que lo han hecho influidos por una campaña orquestada contra Podemos es minusvalorar su inteligencia y sobrevalorar a los generadores de la opinión pública, si es que hoy en día alguien sabe qué es eso. Iglesias y Podemos tienen la oportunidad de cambiar cosas necesariamente mejorables, pero seguimos esperando. Cualquier otra cosa es ofrecer excusas de mal pagador.

Iglesias también podría recordar que antes que él hubo otros líderes carismáticos en la izquierda que tuvieron 40 años, ilusionaron a mucha gente y luego han acabado como han acabado. Cada día que pase Iglesias en su papel de rebelde líder estudiantil mientras ocupa un sillón en el Consejo de Ministros es un día perdido. A Podemos, con la ayuda del ministro Alberto Garzón y nuestro diputado Pablo Echenique, se le debe exigir que recupere las abandonadas causas de la izquierda y dé respuesta a la clase trabajadora, como está haciendo la ministra Yolanda Díaz. O la izquierda abandona los debates pueriles y recupera su razón de ser, o solo acumulará decepciones entre su electorado. Iglesias tiene la mejor herramienta, la que siempre soñó y que ha logrado con toda legitimidad, el Gobierno.

Discurso amortiguado

Hay otro Podemos distinto al de Iglesias, con el que nunca se sintió muy identificado. Es el de Aragón, tan desvirtuado como el estatal pero que a diferencia de lo que piensa Iglesias, sabe que huir de ese conflicto es lo que le garantiza su propia supervivencia. La mayoría de los dirigentes de Podemos Aragón que hoy están en el cuatripartito tenían un discurso similar al de su líder estatal, aunque a diferencia de este lo ha amortiguado tanto en el año y medio de gobierno que apenas se le oye y maneja sus contradicciones con pasmoso pragmatismo. Por no oírse, sigue siendo imposible escuchar a uno de sus directores generales, Diego Bayona, que esta semana ha votado en contra de la caza del lobo y que ha sido desautorizado, eso sí de forma extraoficial, por la Presidencia del Gobierno autonómico. Llegaron para cambiar Aragón, pero este se parece bastante en lo sustancial a cuando no gobernaban. Pero se agradece el pragmatismo porque no se necesita más ruido. De momento, necesitamos que quien gobierne se empeñe como mejor sepa y que la oposición fiscalice de forma incisiva pero responsable. El resto, son fuegos de artificio que pueden dar réditos personales pero que no aportan nada bueno al conjunto.