En política, como en todo, la aparición de un fenómeno inesperado provoca una sacudida que obliga a repensar las cosas y a dibujar un mapa de urgencia para orientarnos en la nueva realidad. Esto es lo que está sucediendo en la política española a raíz de la estruendosa irrupción en el escenario de Podemos, tras las últimas elecciones europeas. El primer esfuerzo intelectual al que obliga ese sorprendente (¿?) resultado de las urnas consiste en comprender qué es exactamente la formación dirigida por Pablo Iglesias, qué representa y por qué obtuvo un éxito de esas dimensiones. Podemos no responde a ninguna de las categorías con las que solíamos trabajar en el análisis político: no es un partido al uso, no reivindica las tradiciones ideológicas conocidas (aunque sea deudora de alguna) y no aporta ningún programa visible excepto un rechazo global al sistema establecido y a lo que denominan "la casta", un saco en el que caben los partidos parlamentarios, los poderes económicos y cualquier poder fáctico.

No contaban para ese espectacular despegue con los recursos que cuentan los otros partidos, aunque hayan disfrutado de la exposición televisiva de su líder y de una inteligente utilización de las redes sociales. Pero eso no basta para explicar sus resultados electorales ni el posterior reforzamiento de su posición que detectan las encuestas. La conclusión de todo ello es que Podemos canaliza, pese a sus deficiencias políticas, un movimiento de fondo de la sociedad que no ha sido valorado por el resto de las formaciones políticas y que les ha estallado en la cara la primera vez que los ciudadanos han podido expresarse en las urnas.

Llegados aquí, y a pesar de la inmodestia, citaré lo que escribí hace tres años: "Los partidos políticos no son un fin (...) El PSOE es un instrumento al servicio de la clase trabajadora y, como tal instrumento, o se renueva hundiendo sus raíces ideológicas en los deseos y necesidades de los miles de indignados de todas las plazas de España, o estos se organizan y cambian de partido". Fin de la cita.

Lo que toca es analizar la nueva realidad que surge tras el exitoso debut de Podemos y adecuar a ella las políticas. A mi juicio, la derecha --política, económica y mediática-- acierta con lo que significa esta fuerza emergente y se ha puesto a trabajar para defender sus posiciones. Su conclusión sería: "Hay que frenar este fenómeno que puede provocarnos muchos dolores de cabeza y poner en solfa nuestros intereses". Y, a continuación, se han preguntado dónde está el muro que pueda detener su avance. La respuesta es sencilla: el PSOE, el mayor caladero de votos del que se nutre Podemos. Más dudoso es que atine el PSOE, sobre todo si vemos el afán de sus dirigentes por descalificar a Podemos y desmarcarse de ellos, con rechazo incluido a la posibilidad de acuerdos poselectorales.

Pero da la impresión de que el PSOE utiliza los altavoces prestados por la derecha para hacer lo que el poder conservador reclama: convertirse en el mayor obstáculo contra Podemos, en lugar de asumir los postulados razonables (¡y los hay!) de esa formación, que les han acarreado muchos votos cuyo lugar natural estaría en el PSOE. Y, lo que es peor: los ataques socialistas, en buena medida, sirven para alimentar su crecimiento... sobre todo porque se sustentan en argumentos falaces y, ay, desmemoriados.

Veamos: ¿Radicalismo? Bueno, tal vez el radicalismo no sea ajeno a la tradición del PSOE. En marzo de 1977, en un mitin en Zaragoza y delante de Felipe González, el que suscribe defendía la socialización de los medios de producción, la nacionalización de la Banca y la imputación judicial de los directivos de la Caja de Ahorros. Lo mismo que defendían otros socialistas en todo el país... y cinco millones y medio de ciudadanos, que les votaron. ¿A quién se acusa de radicalismo?

¿Falta de organización? En fin, si los ciudadanos supieran cuántos militantes de pago tenía el PSOE en 1977... ¿Populismo?, ¿demagogia? ¿Recordamos lo de OTAN no y OTAN sí? El Podemos de ahora, guste o no, recuerda demasiado al PSOE de entonces. ¿Y no fue ese mismo PSOE el que gobernó en España catorce años y realizó la mayor transformación social de su Historia?

Con muchos errores y defectos, con ideologías criticables, e incluso con actitudes pueriles, quién sabe si de origen freudiano, Podemos ha venido para quedarse en la izquierda española. Y eso es porque responde a la demanda de un sector social importante, que es lo que determina si una formación política sobrevive o no. Lo que le toca al PSOE es decidir si quema los puentes con ellos o si busca coincidencias y, para ello, deberá tener en cuenta con quién quiere gobernar.

Porque no debe olvidarse que los socialistas aspiran a gobernar. No les vale comportarse como IU, cuyo objetivo se centra en conseguir unos cuantos diputados más para que sus dirigentes no tengan que seguir el camino de Anguita o Llamazares, mientras olvidan la verdad primaria de que, en democracia, se gobierna con mayorías. El nuevo --¿y renovado?-- PSOE ha de preguntarse con quién quiere formar mayoría, ¿con los que proponen los viejos dirigentes o con los que proponen los votantes? Yo ya tomé mi decisión en las últimas elecciones europeas.

Exdiputado socialista.