Los movimientos en la izquierda resultan muy difíciles de comprender para el conjunto de los electores, de todos aquellos que solo observan, aunque sea con cierto detenimiento, la actividad política en nuestro país, siempre efervescente y siempre permanente, cambiando todo de continuo para que todo prosiga más o menos como estaba.

La nueva izquierda, Podemos, atraviesa una crisis interna derivada de su competencia de liderazgos y de su incompetencia a la hora de establecer un modelo de partido. Guste o no, un partido es una pirámide, un fortín, una jerarquía. Por eso muchos ciudadanos, en especial los que se consideran independientes, no logran encajar sus hábitos ideológicos y democráticos en los idearios de una fuerza, de una sigla cualquiera, para seguir remando en paralelo o a la contra. Miles de esos insatisfechos vieron en Podemos una nueva luz al final del camino de la Transición y se subieron al barco, sin miedo a las mareas que, antes de azotar su casco, simplemente lo mecían.

La navegación comenzó a zozobrar cuando esos ilusionados marineros consideraron ilusas algunas de las promesas de Pablo Iglesias y débil su mano al timón de la nave. No les falta razón. Si un líder anuncia un liderazgo compartido, la cohabitación en el santuario del poder, la renovación constante, una suerte de asamblearismo tiránico, antes o después, más bien pronto que tarde, le hará lógicamente víctima de su propio adagio. Es por eso que las dictaduras de izquierdas están decoradas con cabezas cortadas, de Danton a Trotsky.

Iglesias, sin Errejón, sin Bescansa, sin Santisteve, sin Carmena, es un poco menos líder y comienza peligrosamente a recordar, con otra estética, al lento pero constante declinar de una Izquierda Unida fagocitada no por Podemos, sino por la mediocridad de su mejor intencionado y peor dirigente, Alberto Garzón. Hoy, en el vestíbulo electoral, las familias de Podemos se disputan las habitaciones de la casa del poder, pero no hay para albergarlas a todas y por eso algunas se descuelgan y otras se plantean llamar a otras puertas, donde el espacio electoral sea más amplio y confortable. Muchas dudas, tantas como taifas, y pocas respuestas.