No busquen en estas elecciones declaraciones programáticas, ni casi de intenciones. Esta vez hay un único protagonista que aparece de forma descarnada en la campaña electoral, alcanzar el poder. El objetivo siempre es gobernar, pero ahora con un escenario tan transparente, tan alejado de la corrección política que ha hecho visible muchos de los verdaderos deseos que llevaban hibernando.

Las confrontaciones internas para elaborar las listas de candidatos nos hablan de la pelea por el poder interno. Y la fijación de los pactos poselectorales ya en estas fechas, inédito en nuestra historia reciente, nos muestra el reparto del poder ex post, sin que lo hayamos cedido todavía. La victoria será el asunto central hasta pasado el mes de mayo. Porque el equilibrio del reparto de poder dependerá también de las elecciones autonómicas y municipales. Y por eso, solo se habla de candidatos, listas, estrategias comunicativas y encuestas, de lo que bautizamos como metacampaña.

No hay propuestas ni esbozos de programa, ni siquiera en formato catálogo de Ikea, que resultarían inútiles para captar nuestra atención porque llevamos tres elecciones generales en menos de cuatro años, y los ciudadanos recibimos las propuestas políticas con un poco de cinismo y bastante desafección. No nos las creemos.

No hay relatos humanos de niñas que contar, ni humanización de los candidatos, ni gestión de las emociones a excepción de la del odio que tan bien maneja la ultraderecha. Estamos yendo directamente al hueso del cuerpo, ganar y formar una mayoría estable que permita gobernar toda la legislatura.

Una campaña con los líderes políticos o bien desaparecidos o con una presencia continua, pero con un discurso cambiante. No hay tampoco término medio sobre este asunto y muestra la desorientación generalizada en este cambio de modelo, en el que cada uno se coloca buscando el mejor rendimiento porque para muchos de ellos el resultado electoral les determinará su futuro en la dirección de sus organizaciones. Se juegan ganar el gobierno y ganar el partido.

Las candidaturas de fieles que acompañan al líder se plantean también necesarias para conseguir grupos parlamentarios compactos que les faciliten unas negociaciones institucionales más fáciles y sin contestación, para no volver a pasar por los vaivenes negociadores de los años 2015-2016.

Estamos claramente ante una concentración del poder interno, y aunque resulte paradójico ante tanto nuevo partido político, también externa. Jugamos en dos bloques, y solo uno saldrá victorioso.

*Politóloga