Tal día como ayer, 9 de enero de 1798, moría en Épila, desterrado, el Conde de Aranda. Uno de los hombres más poderosos de su época, un auténtico liberal, europeísta y urdidor. Me vino a la memoria contemplando una serie de TV. Ahora que el cine ya no marca la tendencia estética, cosa que se ha decantado hacia la televisión, uno recomienda House of cards (Castillo de naipes), esa producción que dibuja como pocas el grasiento clima que se vive en los círculos de poder americano. Narra la historia de un congresista, Francis Underwood (interpretado con genialidad por Kevin Spacey), que al ser rechazado en su escalada hacia la cúspide, decide vengarse. Y la venganza se convierte en una obsesiva felicidad.

"Los amigos son los peores enemigos", llega a decir a cámara este congresista, dispuesto a quemar la Casa Blanca si es preciso. Alrededor pululan los políticos que dependen del poder para seguir en el machito; matan por no perder el sillón, que les proporciona ingente cantidad de beneficios. Uno contempla la serie aturdido y escandalizado por la forma en que es gobernado el mundo, por el escaso peso que tiene la sociedad civil, y por la enferma condición de muchos de estos hombres, que nadan en el vicio de las drogas y la prostitución. El retrato es tan real que produce pavor. ¿En manos de quién estamos? ¿Qué pintamos nosotros? Parece ser que el Conde de Aranda tuvo en sus manos el poder español de la época. Solo necesita un gran guionista para sacar de su figura una gran serie.