Nunca me habían tratado tan bien: señor Carbonell por aquí, don Joaquín por allá... Cielos, qué esponjoso es el trato cuando desean algo de ti. Tan meloso y falso que causa rubor. En un día he recibido tres de estas llamadas a cual más agobiante. ¿Por qué? Porque decidí darme de baja ipsofactamente, en cuanto descubrí que este servicio de pago se había anunciado en el agónico programa La noria de Tele 5. Sí, en el capítulo último de este espacio que pagó a la madre de un criminal, por venir a contar nada y llevarse la pasta. Ese día, a tenor del vacío que le habían infringido todos los anunciantes, La noria decidió regalar la inserción publicitaria. Picaron dos marcas. Y las dos están recibiendo un caudal de llamadas dándose de baja en sus servicios. Me parece repugnante: era más digno cuando al menos pagaban por el anuncio. Ahora te andan persiguiendo, rogando, dándote todo tipo de explicaciones: que la culpa no es nuestra, que es un error, que es la agencia que contrata nuestra publicidad la que actúa en nuestro nombre sin consultar...

Todo esto viene por lo siguiente: muchas empresas no han calculado todavía el poder de las redes sociales; el gran poder del individuo cuando se asocia. No lo ven. Les falla el olfato. Y las propias empresas denunciadas tampoco acostumbran a pedir disculpas: se mantienen en su chulería prepotente, calculando que ya escampará, y derivando los fallos a otros. La tormenta suele crecer aún más. Y así todos los días. Se avecinan tiempos nuevos para los canales de televisión. Los espectadores ya tienen el mando.