Ayer, la poeta uruguaya Ida Vitale recibió el premio Cervantes de Literatura. Yo no conocía a Ida Vitale, pero agobiada por el ruido de los debates electorales, pensé en buscar refugio en algo de poesía. Y la busqué a ella. Aquí les dejo un fragmento de su poema Este mundo: «(…) A veces su luz cambia, es el infierno; a veces, rara vez, el paraíso. Alguien podrá quizás entreabrir puertas, ver más allá promesas, sucesiones. Yo sólo en él habito, de él espero, y hay suficiente asombro (…)». Ida Vitale tiene 95 años y el sentido del humor intacto. Qué envidia. Tal vez haya que haberlo visto todo para que ya nada te afecte, para poder lucir esa sonrisa franca, de complacencia con la vida, que nos regaló ayer la poeta al recoger el premio de manos del rey. O tal vez sea la poesía el sitio en el que hay que refugiarse cuando la porquería que flota en el ambiente convierte el simple acto de respirar limpiamente en una heroicidad. Ida Vitale ha sido un grato descubrimiento: su amor desaforado por una cultura que mamó desde muy niña, su alma cosmopolita, su feminismo vivido y sentido, sus amigos. Su identidad construida como hija de inmigrantes, su exilio por culpa de la dictadura militar uruguaya (¿por qué el espíritu autoritario siempre odia a los poetas libres, o a quienes andan entre libros?) Pero, sobre todo, el mejor descubrimiento ha sido leer algunos de sus poemas. Les dejo aquí un fragmento de Misterios: «Miró, vio el mar/y tuvo a quién mostrarlo». ¿Se les ocurre una definición más tersa, más certera, sobre el amor?

*Periodista