Este fin de semana se celebra en Israel una de las ediciones más controvertidas del festival de Eurovisión. Grupos de presión de todo el mundo contrarios a la ocupación israelí de los territorios palestinos, agrupados bajo la campaña Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), llevan prácticamente un año llamando al boicot de esta edición del festival. Argumentan que la violación de los derechos humanos en los territorios ocupados palestinos, la larga lista de vulneraciones de la legalidad internacional del Estado hebreo, el castigo colectivo de la población en Gaza y la colonización sin freno de Jerusalén y Cisjordania son motivos suficientes para promover un boicot a Israel como en su momento se llevó a cabo contra Sudáfrica. Un festival que recibe tanta atención internacional como el de Eurovisión constituye un escenario perfecto para mostrar sus reivindicaciones. En sentido contrario, Eurovisión constituye un escaparate ideal para que Israel envíe al mundo un mensaje de normalidad alejado de la realidad diaria de la ocupación. Son ilusos los llamamientos a no politizar el festival, dado que la edición de este año está concebida como un gran ejercicio propagandístico israelí. No es una edición normal. No puede serlo, porque la realidad es que el país que lo alberga mantiene desde hace décadas bajo ferrea ocupación militar a millones de personas a pocos kilómetros del lugar donde se celebrará el festival.