Al atardecer, Zaragoza se encerrado en sí misma y las calzadas vacías producen una extraña sensación de soledad y de peligro invisible. Nada más escalofriante que el enorme aparcamiento de Parque Venecia absolutamente desierto frente al Ikea. Acojona. Deslizándome por allí me acordé de aquel senador de Compromís, Carles Mulet, que interpeló al Gobierno sobre sus planes ante un futuro apocalipsis zombi. No era un tarado o un incordiador sarcástico, como creímos en su momento, sino un visionario genial. Debiera ganar hoy el primer premio en la pugna política por ver quién advirtió antes y mejor sobre el Armagedón que se nos venía encima. Él lo hizo hace justo dos años. Mucho antes que Casado, Ayuso, Abascal… y el presidente de Murcia y el 'president' Torra (quienes curiosamente dicen todos lo mismo y proponen cosas muy parecidas). En aquel momento el Ejecutivo le respondió tan campante explicándole los estupendos mecanismos creados para afrontar emergencias; los mismos mecanismos que ahora, ¡ay madre!, son arrastrados por la tormenta del coronavirus. El tal Mulet tuvo una intuición genial. Lástima que fuese rojo y periférico, ¿verdad?

Que el Gobierno ha de mejorar mucho su gestión de esta crisis sin parangón es evidente. Hace lo que puede, lastrado en tal esfuerzo por innumerables factores, muchos de los cuales no se podían prever ni siquiera hace dos semanas. Los errores, las presunciones, las carencias y los olvidos acumulados durante decenios estallan ahora, justo cuando descubrimos que la política no lo puede todo y a veces puede muy poco. Porque si algo queda claro en estos momentos es que aquí vamos a tener que aplicarnos y esforzarnos todos. Y no vale quedarse a un lado y mucho menos estorbar, sea evocando el derrocamiento del actual Gabinete, sea rompiendo las reglas del confinamiento, sea pretendiendo que alguien resuelva el problema por arte de magia... o 'manu militari'.

Visto lo visto, estaba escrito que el bicho maldito nos iba a poner contra las cuerdas en cualquier caso. Sin duda hubiésemos estado en mejores condiciones si el Gobierno hubiera tomado antes las medidas drásticas de la semana pasada. Si hubiera suspendido las manifestaciones feministas, el congreso de Vox (o lo que fuera aquello), los eventos deportivos, las fiestas y las aglomeraciones el 7 y el 8. Si para entonces hubiésemos actuado con más sensatez, dejándonos de besos y abrazos. Si el sistema público de salud no hubiera sido debilitado por recortes y externalizaciones (y no solo en Madrid, que conste). Si las facultades de Medicina no hubieran aplicado durante años y años la regla del 'númerus clausus', limitando la formación de nuevos profesionales de la sanidad. Si se hubiese exigido a las residencias de ancianos privadas mejores instalaciones, condiciones y soporte sanitario. Si, justo cuando empezó a saberse que la plaga estaba entre nosotros, las reservas de mascarillas y guantes de los grandes hospitales no hubieran sido objeto de un discreto saqueo que casi acabó con ellas. Si España, en fin, dispusiera de una industria capaz de proveernos sobre la marcha de todo lo que se necesita con tan extrema y dramática urgencia… Seguiría enumerando condicionales, incluyendo el referido a la locura de decenas de miles de personas que a la primera de cambio cogieron el coche o el tren y se fueron a sus segundas residencias en un derroche colectivo de inconsciencia; pero en cualquier caso no podría afirmar que, incluso eliminando la mayoría de ellos, no estuviésemos hoy como estamos.

Llegados a este punto, la política ha devenido en algo esencial. Sobre todo a la hora de gestionar la crisis y administrar las salidas a la misma y lo que cada vez cobra mayor importancia: el dia después. Pero quienes dirigen esta carrera contra el coronavirus necesitan colaboración y respaldo. Las constantes zancadillas de los sectores ideológicos más radicales (sobre todo de los ultranacionalistas centrípetos y centrífugos, patriotas de pacotilla) no ayudan a nadie ni van a salvar una sola vida. Ya me parece bien que hagan sonar las cacerolas desde ventanas y balcones cada noche a las nueve. Pero luego, a lo que estamos. El apocalipsis ha llegado.